Gabriel Pieras Salom (Inca, 1942) es el Cronista Oficial y Archivero Honorífico de la capital del Raiguer. Su última obra que se añade a la extensa carrera como historiador y escritor lleva por título Inca en el segle XVII, que abarca un periodo de prosperidad que se vio truncado por la peste de 1652. A sus ochenta años sigue trabajando incansablemente y prepara nuevos trabajos dedicados a su gran pasión: Inca.
¿Qué nos puede decir de su última obra?
— Se trata de un libro de consulta dirigido a investigadores que Lleonard Muntaner Editor ha podido publicar gracias a la ayuda del Ajuntament d'Inca, Camper, Viva Hotels y la Fundació Cultural Es Convent. En los dos primeros volúmenes, falta el tercero, se ve el resultado del trabajo archivístico que he llevado a cabo en los últimos cinco años para plasmar la historia de Inca a lo largo del siglo XVII. En el primer volumen aparecen los Estims de 1639 y la Audició de Comptes de 1608 a 1672, mientras que el segundo volumen se centra en los Consells de la Universitat, de 1601 a 1699. Destacaría las tablas, gráficos e inventarios que he incluido porque ayudan a entender la situación del municipio en esa época e incluso se pueden comparar con la actualidad.
¿Qué le ha llamado más la atención en su investigación?
—El siglo XVII en Inca es apasionante por un hecho crucial: la peste bubónica de 1652. En la primera mitad del siglo se aprecia una prosperidad que se desmorona al llegar la pandemia. Hay que tener en cuenta que en esa época Inca pasó de tener 5.000 habitantes a cerca de 2.000, con alguna jornada en la que se registraron 400 muertos. La decadencia no afectó a la riqueza inmueble, seguía habiendo el mismo dinero, pero para hacernos una idea de cómo fue la recuperación, de una lentitud extraordinaria, tenemos que irnos a finales del siglo XVIII, cuando el ayuntamiento seguía pagando préstamos que solicitó durante la pandemia para hacerse cargo de la economía local.
¿Es comparable la situación de 1652 con la pandemia de coronavirus?
— En cuestiones sanitarias no, pero creo que los investigadores que hemos tratado la peste de 1652 podríamos haber aportado nuestros conocimientos para que se tuviera en cuenta cuál fue la forma de actuar en la época, en algunos casos extrapolable a la actual pandemia. Nadie nos ha preguntado.
En sus 25 libros hay un protagonista principal, la ciudad de Inca.
— Sin duda. Desde que fui nombrado Cronista Oficial en 1986 me he centrado exclusivamente en Inca. Estoy seguro de que si hubiera ampliado mi campo de investigación seguramente tendría un mayor reconocimiento, pero es algo que no me interesa. Cuando cumplí los 25 años de cronista, el entonces alcalde Rafel Torres me dijo que querían hacerme un obsequio y yo solicité que me nombraran también Archivero Honorífico. Durante todos estos años he podido investigar y publicar sobre los temas que más me interesaban de Inca, aunque tengo que decir que en la ciudad no he creado escuela como historiador. En parte lo entiendo porque el título de Cronista Oficial es honorífico, vitalicio y gratuito, por lo que no existe remuneración alguna. Para las nuevas generaciones es difícil de entender que una tarea sea gratuita, y lo comprendo porque a mis 80 años sigo viniendo una mañana y dos tardes a la semana a mi despacho del claustro de Sant Domingo. Para mantenerme en forma no abandono las tareas en el campo los martes y los viernes.
Lo que sí tiene es el reconocimiento de la ciudad.
— Disfruto del Premi d'Honor Dijous Bo y la verdad que desde el mandato de Antoni Pons en el Ajuntament (1981) ha habido un apoyo municipal hacia la investigación histórica. Otra cosa es el municipio en sí, porque Inca nunca ha tenido mucho aprecio hacia su propia historia. El anterior cronista de Inca, Joan Coli i Llobera, me contó que se había encontrado tinajas de aceitunas cubiertas con pergaminos históricos. El archivo municipal es de los más discretos en comparación con otros municipios, por mala conservación, por haber estado en manos inexpertas y también por robos interesados en el pasado.
¿Qué opinión tiene de la retirada de vestigios franquistas que se ha iniciado en la ciudad?
— Los que han sufrido necesitan un consuelo. Hay quien argumenta que hubo muertes en los dos bandos, pero lo cierto, y los documentos del archivo lo atestiguan, es que una vez acabada la guerra la represión fue terrible. Aún existe un odio apagado y acciones como la exhumación del joven soldado represaliado Joan Mut en el cementerio de Inca tienen que ayudar a esta reparación.