Erik Herrera (Alcalà de Xivert, Castellón 1985) es uno de los autores del proyecto ganador del concurso de ideas de la fábrica de tapices de Can Morató en Pollença que Colonya ha comprado para recuperar su esplendor y transformarla en su sede social y cultural.
Usted es la pata en Mallorca de un equipo mutidisciplinar del que también forma parte el reconocido despacho BAAS.
—Sí, planteamos un convenio entre BAAS y Herrera. Tenía una buena relación con ellos y teníamos en el aire la idea de hacer algo juntos. Can Morató es un proyecto que encaja en el perfil.
¿Herrera ya había participado en algún otro concurso de ideas?
—Sí, somos muy concurseros, especialmente en intervenciones de vivienda colectiva. Hace poco hemos ganado el concurso para la primera fase de la rehabilitación de sa Garrovera en Marratxí. Como Can Morató, es un edificio industrial en desuso.
¿Qué supone ganar el concurso de ideas de Can Morató? Grandes premios de la Arquitectura estaban en el jurado.
—Realmente tenemos que agradecer el esfuerzo de Colonya que ha hecho un concurso que es el paradigma de lo que queremos encontrarnos. Es muy importante que al final las propuestas se valoren por personas que tienen conocimiento en el campo y también hay que decir que la documentación de la que disponíamos era muy extensa y detallada. Teníamos que presentar un proyecto no solo muy apetecible, sino exigente, encontrar el tono. La fábrica requería un juego de equilibrios.
¿Eran conscientes del deterioro del Bien Catalogado?
—Sí, vinimos a visitarlo todos. Era muy importante no solo ver el estado sino qué valores hay. Yo personalmente había descubierto la fábrica hace dos o tres años pasando por delante y al ver el interior me sorprendió. Desde fuera no se ve tan mal.
¿Es viable una rehabilitación integral?
—Presenta un estado de ruina y económicamente alguien podría pensar que no merece la pena su conservación, pero es un bien catalogado y con un valor intrínseco. El objetivo es mantener lo máximo y si hay que reconstruir, lo haremos de manera que persista el ideario original. Si le preguntas a alguien que haya visto el edificio y que no esté mirándolo en ese momento te dirá que la fachada es simétrica. No lo es. Nuestro proyecto reconstruye la parte que ya no existe y le devolveremos esa simetría original.
La zona central, modificada durante años, es irrecuperable. El proyecto busca generar allí un patio que será un elemento de conexión. Recuperamos el hormigón como uno de los valores del edificio (seguramente fue uno de los primeros de Mallorca que se construyó en hormigón) y una de las sorpresas fue encontrarnos junto al jardín de la izquierda un bosque con cierto encanto. Planteamos además introducir un espacio público, una plaza delante de la fachada principal que será un espacio de relación similar al que encontramos en las antiguas iglesias.
Antes hablaba de un juego de equilibrios, del ideario original...
—Sí, dentro de su puesta en valor no solo hablamos de lo arquitectónico sino que hay que tener en cuenta su función y significado. Las alfombras seguirán estando muy presentes. Recuperamos algunas originales, no para ser pisadas sino en las paredes, pero a la vez los nuevos pavimentos de hormigón estampado nos permitirá devolverle parte de esa esencia, incorporando los motivos de una de las alfombras que conservaba la familia Morató.
Nuestro proyecto recupera también el sistema complejo de aprovechamiento del agua original que se utilizaba para la limpieza y tintado de los textiles. El agua tendrá una gran presencia. Hay una alberca que alimenta un sistema de conducciones (incluso llegó a tener un sistema de vapor). No se hará una recuperación exacta pero se dejará entrever con algunas partes de las conducciones vistas que fluirán hacia la nave final que será un jardín interior a cielo abierto.
¿Es posible hablar de plazos en un proyecto cómo este? ¿Cuándo será una realidad?
—Hemos empezado con el proyecto básico que tenemos previsto entregar en cuatro meses para que se pueda solicitar la licencia. Es una obra compleja por la parte de la recuperación, pero Colonya tiene muchas ganas. Es complejo y seguramente se tendrá que hacer en varias fases.
¿Empieza a ponerse en valor la arquitectura industrial, gran olvidada durante años?
—No solo la industrial. Empieza a catalogarse la arquitectura contemporánea. En Pollença está, por ejemplo Casa Huarte que cualquier arquitecto diría que es imprescindible en el ideario colectivo, pero aún falta mucha didáctica.