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El rastro de la normalidad

Poco antes del mediodía se registró la mayor afluencia de visitantes que abarrotaron el aparcamiento del rastro. | Juanjo Roig

| Palma |

La mañana arrancó con una espesa niebla que recibió a los vendedores que este domingo se les permitió desplegar sus puestos en el polígono. Los agentes de la Policia Local y la regidora Margalida Llabrés se encargaron de comprobar que no se ‘colaba' algún listo y de que todos tenían claras las normas de seguridad sanitaria que se debían seguir. Desde el Ajuntament se ha optado por repartir los 190 vendedores fijos en turnos semanales por lo que, al menos durante los primeros domingos, habrá un máximo de 80 vendedores. Además están exentos de pagar la cuota de ocupación hasta el próximo mes de julio.

Las dudas sobre si el público volvería a responder al regreso del rastro, conocido popularmente como el Mercat dels Encants, se disiparon al mismo tiempo que la niebla. El aparcamiento anexo al polígono se fue llenando desde primera hora, previo pago de un euro, y el flujo de público y de potenciales compradores fue constante durante toda la mañana hasta la hora del almuerzo. Como anécdota, un señor mayor se acercó a los policías con la boca tapada con un pañuelo y les preguntó dónde podía comprar una mascarilla porque se la había dejado en casa. Un agente de Banyalbufar fue a buscar una a su coche y se la regaló.

Uno de los vendedores que tuvo más movimiento en su puesto fue Xisco Cerdá. En un principio temía «que la cosa no iba a arrancar, pero a medida que pasa la mañana vemos que la afluencia es constante, sin aglomeraciones, y que se respetan las normas sanitarias».

La sensación que se respiraba en el rastro era que había ganas de volver a disfrutar del mercadeo y del regateo. La argentina Maria Belén Arce lo expresó muy bien cuando se dirigió a uno de los veteranos anticuarios para decirle que había «esperado un año para volver a un mercadillo y quería que el primero fuese el de Consell». Otros no eran tan optimistas, como el petrer Miquel Gual, quien iba comentando que «hay poco producto que vender y también poco dinero en las carteras».

Por parte de los vendedores también existía la ilusión de regresar a un rastro que para muchos es primordial para dar a conocer su trabajo y que también supone un escaparate para proyectos futuros. Es el caso del inquer Steven Vives que volvió a Consell con sus lámparas y muebles diseñados y elaborados por él mismo. «Se nota que somos menos vendiendo, pero sobre todo en la hora punta del mediodía es cuando más público estamos teniendo», manifestó mientras atendía a uno de sus potenciales clientes.

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