La pasada noche de Sant Joan se cumplieron dos años de la muerte por atropello de Paula Fornés sobre el carril para bicicletas y peatones expuesto sobre la carretera Ma-6021 que discurre sobre el litoral de sa Ràpita. Dos años después, la conductora ebria que segó la vida de la joven de 15 años aún no ha ingresado en prisión y la carretera donde murió sigue siendo un peligro latente para niños y adultos. Amén de un suplicio para los vecinos de la ‘avenida' Miramar, que es el nombre que toma la carretera a su paso por el núcleo costero. Ni la ubicación ni el tráfico que soporta esta carretera de apenas cuatro metros de anchura tiene parangón. Como tampoco los excesos que se producen sobre ella, secundados también por el creciente número de camiones de gran tonelaje que la frecuentan al socaire del boom urbanístico en zonas como Dalt de sa Ràpita o Son Durí.
Tras la muerte de Paula, el Consell de Mallorca, responsable de la carretera, se comprometió a delimitar el carril con barreras de acero y madera que al final quedaron reducidas a la instalación de conos de plástico que no impiden en absoluto la continua invasión de la zona reservada a bicicletas y peatones por parte de vehículos a motor de toda índole. Pese a que Carreteres tiene conocimiento político y técnico de la situación (uno de sus principales ingenieros reside en sa Ràpita), dos años después, la densidad de tráfico es creciente, el exceso de velocidad constante y los adelantamientos prohibidos (la línea continua del centro de la calzada apenas se aprecia en algunos tramos) habituales.
Como lo es el estacionamiento ilegal sobre la acera que, en pocos meses, ha provocado el derribo de varias farolas. La buena noticia es que no han caído sobre nadie. En el aniversario de la muerte de Paula Fornés, Maria Antònia, de apenas 20 años, se pregunta: «¿Qué más tiene que pasar para que alguien haga algo?»