Casi medio año después de la gran riada que afectó a la comarca de Llevant y que se cebó especialmente con Sant Llorenç des Cardassar las distintas actuaciones llevadas a cabo para paliar sus efectos están próximas a acabar. Sin embargo, una vez acometidas las tareas más urgentes ha llegado el momento de determinar en profundidad los factores que propiciaron la desgracia y que han sido examinados en detalle por un equipo de la UIB.
El profesor de Geografía Física de la UIB Miquel Grimalt ha encabezado un equipo, denominado Climaris, que en los últimos meses ha asumido la labor de escrutar las causas que llevaron al desastre.
Factores clave
El estudio de estos expertos comenzó con una determinación exacta del comportamiento de la riada en la población. Grimalt insiste en desmentir algunos de los mitos que se han creado en torno a aquel día, como la existencia de una gran ola de agua o que el torrente no estuviera en buenas condiciones de mantenimiento y limpieza.
Para el profesor ha quedado claro que este torrente no estaba sucio y en cierta manera cumplió su función correctamente. Puede parecer una afirmación descabellada, pero Grimalt la razona afirmando que no quedaron apenas restos en él después del paso de la gigantesca masa de agua, lo que evidenciaría que su pendiente es la adecuada. Otra cuestión es la cantidad de agua que pueda evacuar. Este torrente, ampliado después de la riada de 1989, es a todas luces insuficiente para los más de 500 metros cúbicos por segundo que llegó a transportar. El primer punto negro detectado por el equipo sería este.
El segundo factor determinante habría sido la existencia de varios puentes sobredimensionados y que actuaron como barreras al paso de agua, dejando al torrente con unos escasos 24 metros cuadrados de espacio bajo ellos, cuando lo ideal habría sido mucho más, como posee por ejemplo el cercano puente del tren, construido a principios del siglo XX, que aguantó sin problemas el volumen de agua.
El tercer factor serían las construcciones demasiado cercanas al torrente. Algunas de ellas son incluso de gran tamaño y sirvieron para desviar el agua, que sobre la base del torrente llegó en esa zona a alcanzar más de cinco metros de altura, para canalizarla directamente al interior del pueblo. Algunas de las calles más cercanas, donde una mirada atenta aún a día de hoy descubre restos de lo sucedido, llevaron una enorme cantidad de agua que tampoco encontró salida para volver a su cauce al final del pueblo, donde nuevas edificaciones volvieron a desviar el agua hacia otras zonas.