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Día Internacional de la Mujer 2019

Lloseta rinde homenaje al trabajo invisible de las mujeres ‘repuntadores'

Cinco de las seis protagonistas del documental. | Lola Olmo

| Lloseta |

El sonido de las máquinas de coser calzado fue entre las décadas de los 60 y los 90 la banda sonora de Lloseta. En cualquier calle se escuchaba ese ruido de motor que se convertía en un medio de sustento necesario para sacar adelante a la familia, un trabajo que permitía a las amas de casa aportar a la economía familiar sin desantender sus múltiples «obligaciones» de llevar la casa y los hijos.

El trabajo de las repuntadores, como se conoce este oficio tan extendido en toda la comarca del Raiguer, donde abundaban las fábricas de calzado, fue siempre un trabajo poco valorado socialmente, que proporcionaba una cierta autonomía pero carente de toda cobertura social.

Un total de 92 mujeres de Lloseta, con edades comprendidas entre los 48 y 87 años que trabajaron en este oficio recibieron un homenaje el miércoles en el Teatre de Lloseta, en el marco del Día de la Mujer. Durante el acto se estrenó el documental Repuntadores, treballadores invisibles, realizado por Pepi González, portavoz del grupo Socialistes Independents, impulsor del homenaje, y el cámara Javier González. Seis mujeres de Lloseta protagonizan este cortometraje, representando distintos perfiles reales, desde las llosetinas de nacimiento que aprendieron este trabajo de niñas, hasta las que inmigraron desde Málaga o Canarias y pronto se apuntaron a este medio de vida.

Los testimonios de las repuntadores tienen nexos en común. El principal, la desazón de haber trabajado tan duro y no tener ninguna prestación al jubilarse. «Trabajé de los 15 hasta los 70 años, nunca nos han dado ninguna ayuda», señala Maria Arrom, de 78 años.

María Manuela Cuenca, de 74 años y con seis hijos, certifica también los malabares que debían hacer para llevar una familia y encontrar tiempo para el trabajo. «A veces cuando los niños se dormían hacía pespuntes hasta la madrugada para poder cumplir un encargo». Todas sonríen cuando recuerdan que para poder trabajar «teníamos un pie en el pedal de la máquina y otro en la hamaquita del bebé».

También comparten las secuelas físicas, con horas inclinadas sobre la máquina de coser. «Solo nos ha quedado el dolor de cervicales y de muñecas», apunta Antònia Jaume en el vídeo. Pero todas coinciden en que les gustaba su trabajo y celebran que ahora sea reconocido.

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