El núcleo costero de Can Picafort, en el municipio de Santa Margalida, vivió el miércoles por la mañana la tradicional suelta de patos que, un años más, se celebró sin incidentes y sin rastro alguno de ánades vivas. Aún así, el alcalde de la localidad, Joan Monjó, insistió en la necesidad de recuperar los animales vivos en la tradicional suelta. «Algún día se volverán a lanzar patos vivos», aseguró Monjo que añadió que «es una barbaridad que sí se pueda construir un emisario submarino que vierte agua sucia al mar de 80.000 personas, pero no se puedan lanzar cuatro patitos. Desde que están prohibidos, la fiesta ha perdido atractivo».
De hecho, y aunque desde 2011 ya no queda ni rastro de los enmascarados que lanzaban animales vivos a pesar de la prohibición, el público que acudió a la suelta aún recordaba los patos vivos. «No es lo mismo», aseguraba un vecino de Can Picafort que contemplaba desde la arena de la Platja Petita como cientos de personas se lanzaban al mar que el miércoles estaba revuelto. Justamente, debido al mal tiempo marítimo, la organización decidió trasladar la suelta a la Platja Petita que se encuentra en la salida del puerto deportivo y el cambio de ubicación no gustó a muchos presentes. «El agua está sucia y huele mal», aseguraban.
Aún así, la fiesta se celebró según lo previsto y cientos de personas nadaron hasta las tres barcas que lanzaron unos 2.000 patitos de goma al mar, 1.000 de ellos estaban enumerados y entraron en el sorteo de los 170 regalos que donaron diferentes comercios locales. Algunos de los asistentes demostraron su profesionalidad a la hora de ir a la caza del pato y entraron en el agua colchón en mano y una bolsa donde guardar todos los ejemplares que consiguieron recoger.
Tras la suelta, y justo al lado del puerto deportivo, en la plaza Cervantes, los organizadores celebraron el sorteo de premios mediante un sistema informático. Se repartieron 170 obsequios.