La 'torrentada' de octubre de 1932 dejó una huella imborrable en Manacor. Todavía hoy podemos encontrar algunos testimonios que vivieron en primera persona aquella tragedia y que recuerdan muy bien como se desbordó el torrente y los daños materiales y personales que provocó.
Es el caso de tres manacorins que ya han cumplido más de nueve décadas y que narran a Ultima Hora su experiencia de aquel día 5 de octubre, un día que tienen perfectamente grabado en la memoria y que no podrán olvidar.
Tòfol Pastor, conocido como 'Pifol' (29-02-1920), explica que cuando ocurrió la inundación «tenía 12 años y era mosset de fuster en un taller ubicado en Na Camel·la. Nos comentaron que había la 'torrentada' y quise ir a verla. De allí me fui hasta llegar a Baix des cos. Vi que pasaba muchísima agua en la calle de ses Parres y que arrastraba animales muertos».
Todos coinciden en que con los años la fisonomía de Manacor ha cambiado mucho y que por aquel entonces la estructura de la ciudad era diferente. «Ahora hay muchas casas donde antes era fora vila ».
'Pifol' recuerda claramente una imagen grabada en la mente. «En es Torrent, donde todavía hay un solar sin edificar, había una gerreria y me acuerdo perfectamente de la imagen que vi de como los obreros subieron al tejado».
También recuerda el joven que murió por el agua. «En Ca Pinya tenía un sótano y el bajó a sacar a los animales y ocurrió la desgracia».
Llorenç Bonnín (10-08-1921), muy conocido en Manacor por ejercer como sacerdote en la parroquia de Crist Rei durante muchos años, también recuerda el suceso. «Tenía 11 años e iba al colegio La Salle. Llovía mucho y estábamos muy asustados. Teníamos un director francés que nos dijo textualmente: «Aunque todo Manacor estuviera ardiendo en llamas ustedes no deben moverse de su sitio. Si hay peligro les avisaré». Don Llorenç recordaba que el Torrent atravesaba la ciudad. «Ahora el desvío ha sido su salvación».
Otro vecino de Manacor que vivió la torrentada es Pedro Mateu (11-09-1920). «Yo trabajaba de mosset en can Jaume Cama. Vimos que había agua y el mestre nos preguntó quien la había derramado. Después nos dimos cuenta que iba subiendo el nivel del agua y nos dejó salir».
También explica que «el matadero estaba en lo que es ahora la plaza de Ramon Llull. El agua inundó algunos solares y derribó las paredes que eran muy gruesas. Llegó al matadero y pudimos ver animales muertos arrastrados por el agua».
También recuerda una anécdota. «En Can Pinya tenían gallinas y se ahogaron. Por la tarde vendían los animales. Me acuerdo que mi madre me mandó a comprar dos gallinas. Valían una peseta cada una».