J.M.SASTRE
Una tradición importada por solidaridad, se ha convertido en una fiesta arraigada en Mallorca que afianza los rasgos comunes de los Països Catalans y defiende las señas de identidad isleñas.
La calçotada de Porreres regresó al calendario invernal, tras una edición de parón por motivos diversos, y lo hizo para devorar 8.000 calçots en una fiesta a la que se sumaron unas 500 personas llegadas de toda la Isla.
Las cifras son significativamente menores a las de anteriores ediciones pero quizás por eso, destacó más la vertiente reivindicativa a la par que ludicofestiva de la calçotada.
La fiesta en el patio de la Escola Nova de Porreres comenzó sobre las doce del mediodía. Los Castellers de Mallorca y Al·lots de Llevant, comenzaron a levantar sus espectaculares castillos humanos en lo que son las primeras actuaciones de la temporada.
Mientras tanto, los voluntarios, representantes de las entidades organizadoras y regidores del Ajuntament llevaban a cabo las tareas relacionadas con el ágape: preparar las butifarras, la salsa y, sobre todo, asar los calçots y envolverlos con papel de periódico para mantenerlos calientes hasta la hora de la comida.
A las 13.30 horas se abrió el «restaurante» y los asistentes retiraron sus paquetes de calçots y butifarra que también requería de un lento paso por las brasas.