Tras una imagen que ha hecho a muchos preguntarse quién vivirá allí, en la bifurcación de la entrada a Palma que da acceso a la Vía de Cintura desde la autovía del aeropuerto, se esconde un personaje singular. No es fácil llegar hasta la macrochabola que ha levantado con pericia y a base de numerosos objetos que ha encontrado en la calle y ha trasladado hasta ese escondido espacio. Entre ellos, le ha hecho conocido una bandera de España que ha plantado allí y que, por su singular ubicación, resulta llamativa para los miles de conductores que transitan por ese punto diariamente.
Una vez entrados en el terreno, un asentamiento de tiendas de campaña y una pequeña chabola reciben a los curiosos. A lo lejos una pequeña humareda resalta. No se trata de un incendio. Procede del otro lado de una gran barraca compartimentada en varias estancias, con una buena sombra y un espacio de descanso cómodo y espacioso, dentro del espacio triangular en el que varias personas viven, literalmente, aisladas del resto de la población.
Del interior de la infravivienda sale una persona, un hombre descamisado, con gafas de sol, amable y educado. Responde al nombre de Vitaly y dice ser ruso. Muestra orgulloso su creación, su hogar, que ha edificado con «cosas de la calle». Mientras, se prepara la comida con un pequeño fuego que prende con unas cuantas tablas de madera. «Yo controlo, yo controlo», dice mientras se le recuerda el peligro de incendio en un momento de altas temperaturas y en un espacio con mucha vegetación, seca y descuidada, además de basura desperdigada a lo largo del solar, no especialmente donde vive Vitaly.
Preguntado por su procedencia, dice ser ruso. Y asegura con rotundidad que no quiere saber nada: «No me muevo de aquí, no quiero volver a mi país», dice en voz alta, mientras asegura que allí donde se ha instalado «no molesto, vivo tranquilo». Dice que, al otro lado, viven varios musulmanes (señalando las tiendas de campaña próximas) y no quiere hablar de ellos.
Hierve un caldo y una especie de influsión mientras se muestra orgulloso de lo que ha levantado, de su modesta vivienda a la que resulta complicado acceder. «Aquí no me molestan», añade sobre las ventajas de vivir relativamente aislado, forzando a quien se atreva a acercarse a atravesar la autovía o uno de sus accesos, lo que dificulta a su vez que los servicios sociales puedan acceder allá. Sale a buscarse la vida y dicen no tener trabajo, que con lo que tiene le basta para ser feliz. «No me muevo, no me voy a Rusia. No quiero ir a Rusia», repite con aspavientos mientras vigila su almuerzo.
La de Vitaly es una más de las decenas de historias que forman parte del libro del sinhogarismo en Mallorca y en la periferia de Palma, encontrando en espacios seguros de la red viaria un lugar seguro en el que vivir en uno más de esos asentamientos que censa Cort y que, en el que nos ocupa, el volumen de habitantes ha crecido de manera exponencial en los últimos tiempos. Como lo ha hecho la cifra de personas en su situación.
Otro que no lo quieren en su pais y lo mandan al pais mas solidario y buenista del extrarradio... Españistan. GO HOME!!