La vida en el barrio de La Seu resulta plácida durante muchos momentos del año, pero el verano y la presencia de turistas, aunque también en otras fechas como Semana Santa y ya fuera de la temporada turística, hace más complejo el día a día por la masiva presencia de turistas, de manera especial cruceristas, que acceden por Dalt Murada al centro de Palma, además de verse atraídos por el 'gancho' que es la Catedral, sin duda el lugar más emblemático y buscado por los visitantes.
Pero esa importante concurrencia hace «difícil» en muchas ocasiones «moverse o salir a la calle. Cuando llegan los autobuses de los cruceros, esto es una locura», aseguran algunos de los residentes en ese entramado de calles estrechas que crecen en torno al espectacular y emblemático templo. «En verano, hay días que no se puede salir a la calle, es una invasión», refieren, además de la inseguridad que conlleva esta concentración humana.
«Hay policía, sí, pero también hay vendedores ambulantes, carteristas... gente que se quiere aprovechar de los turistas, y al final, a nosotros nos toca convivir con ellos de una manera u otra», lamentan a la vez que aseguran que, pese a su ubicación privilegiada «nos faltan servicios cerca», que contrastan con «la cantidad de bares, tiendas y demás que son para los turistas. Nosotros tenemos que ir hasta Santa Eulalia o la Plaza Mayor y el Olivar para hacer la compra», prosiguen.
Ser una zona turística ha hecho que el incivismo haya llegado a la par. En forma de pintadas o actos contra las propiedades privadas. Pero también han trasladado las quejas de quienes no comulgan con este sector, que no han encontrado una mejor manera que hacerlo a través de pintadas y grafitis invitando a los visitantes a irse y no volver. Junto a las que, indiscriminadamente, aparecen en cualquier rincón de unas calles que son parte de la historia de Palma. «Es una vergüenza, pero también una pena...», concluyen.
Bla, bla, bla, y para finalizar también bla.