Historia, lujo y turismo. Todo se concentra en el barrio de Sant Jaume, uno de los más emblemáticos y ricos de Palma. Sus mágicas calles en las que se respiran siglos de antigüedad conectan con el atractivo comercial de la avenida de Jaime III, lo que supone un privilegio para los residentes de la zona y un destino obligatorio para los turistas. Aunque los vecinos están tranquilos con la situación actual, entienden que la transformación de Sant Jaume debe incluir un plan de reformas que sirvan para proteger el patrimonio histórico y cultural.
Toya de la Vega Llompart es la presidenta de la Asociación de Vecinos de Sant Jaume desde hace 12 años. Licenciada en Historia del Arte, afirma que «tenemos que cuidar nuestras raíces históricas, culturales y artísticas, pero también hay que adaptarse a la vida contemporánea». En sus más de 25 años de antigüedad, la asociación ha velado por el patrimonio histórico y cultural del barrio. Se ocupan de vigilar el mobiliario público y la ocupación del suelo público por parte de los negocios privados y siempre han «mantenido una relación cercana con las zonas colindantes». Cuenta con 200 miembros, pero en un barrio de 2.500 habitantes, el «boca a boca es primordial».
El consistorio ya ha puesto en marcha un proyecto para modernizar Sant Jaume. Éste incluye la pavimentación, implementación de luces led y el arreglo de los alcorques de la calle Ecce Homo, la calle Unió y la Plaça del Mercat. Estas reformas son «muy positivas, elevarán la imagen del barrio y mejorarán la calidad de vida de la gente». «El ayuntamiento hace esfuerzos por subsanar los hábitos necesarios para el residente y el comerciante, que van de la mano porque tienen que disfrutar de los mismos derechos públicos», aseguran.
Sin embargo, echan en falta de forma urgente la remodelación total de la calle de Sant Jaume, el más importante y representativo de la zona, y uno de los más antiguos de la ciudad. Pese a que se arreglaron los agujeros que provocaban «las caídas frecuentes de los más mayores», el colectivo vecinal no está satisfecho con el resultado final de las obras, que han condenado «la estética del pavimento» en un punto tan emblemático. Su idea es proponer un gran proyecto para levantar toda la calle y reconstruirla con «piedra viva de calidad».
Iglesias, conventos, claustros, calles y casas antiguas…cada rincón de la parte histórica de Sant Jaume forma parte de un gran museo que «hay que seguir cuidando». Los vecinos reclaman la implicación, tanto pública como privada, para remodelar joyas arquitectónicas que llevan años abandonadas y adaptarlas al uso contemporáneo. Es el caso de los 25 patios interiores y otros edificios que se han conservado gracias al ámbito religioso o han sido recuperados por nuevos hoteles para su uso. «Estamos encantados de que haya hoteles que resuciten edificios históricos, es una pena que se queden abandonados si el gobierno no invierte en ellos». Además, atraen a un «turismo intelectual y cultural» que desea conocer la historia de Mallorca.
Aspectos como la limpieza y la seguridad «han mejorado con el nuevo consistorio», sin embargo se puede «hacer más». El Ajuntament llevó a cabo una ordenanza de ocupación de vía pública pero «no hay presupuesto suficiente para aplicarla, faltan inspectores y son los vecinos los que tienen que llamar la atención a los hosteleros». En algunas de las calles más valiosas de la parte histórica vemos pintadas en los muros y orina en las esquinas, actos de incivismo que atentan contra el patrimonio. «Si pintan los muros, volverán a hacer grafitis, podrían poner cámaras» comentan. La asociación también ha solicitado que los empleados de Emaya pase dos veces al día porque los contenedores se llenan «muy fácilmente» y se desbordan, provocando la suciedad en las aceras situadas frente a los puntos de recogida. Pero éste es un problema difícil de controlar, ya que en Sant Jaume «hay 2.500 habitantes censados, pero conviven 4.000».
Por otras parte, se sienten especialmente desatendidos en el ámbito social. Mientras el casal antiguo lleva 10 años abandonado, los ancianos tienen que desplazarse a otras barriadas limítrofes que sí cuentan con centros de actividades . También acusan la falta de supermercados, solo cuentan con el Corté Inglés y las tiendas pakistaníes, establecimientos demasiado caros para «muchos residentes». Además, no hay «ni un solo centro de salud», cuya presencia es necesaria en cualquier barrio, más allá de que «tengamos la Clínica Rotger para emergencias».