Muchos de los recuerdos de infancia de Alejandro Segura tienen que ver con el tranvía. Por aquel entonces, circulaba por la carretera de la ribera de El Molinar y, entre 1920 y 1948, unía Palma con el barrio, entonces aún industrializado. «Recuerdo que de niños nos subíamos al tranvía y nos dábamos una vuelta», cuenta Segura. «El revisor siempre intentaba echarnos».
El tranvía era de gran importancia para la gente del barrio, muy alejado entonces de la ciudad: era la conexión más rápida con Palma. Los vecinos de El Molinar lo aprovechaban de muchas maneras, recuerda Segura: «Algunas mujeres, por ejemplo, que se habían quedado sin hilo de coser de un determinado color, le pedían al conductor del tranvía que les trajera un rollo de la ciudad. Cosa que él solía hacer de buena gana».
Durante la infancia de Alejandro Segura, en El Molinar vivían principalmente pescadores y trabajadores de las empresas industriales situadas en las afueras del pueblo. Además de curtidurías, había varias centrales eléctricas. También estaba la Petrolera, una refinería cuyo edificio administrativo alberga hoy la biblioteca.
Por otra parte, los residentes adinerados de Palma también pasaban aquí sus vacaciones de verano. El propio Segura procede de una familia de inmigrantes, como él mismo dice. Sus padres procedían del sur de España y su padre era carabinero. Esta unidad policial, disuelta tras la Guerra Civil, se encargaba de la protección costera y fronteriza, incluida la lucha contra el contrabando. Y esto jugó un papel importante en El Molinar en algunos momentos, como en casi toda la costa de la Isla.
«La vida aquí en El Molinar era como la de un pueblo», dice Segura. Los niños podían jugar en la calle, todo el mundo se conocía y nadie tenía que cerrar la puerta con llave.
El Molinar, como otros barrios de izquierdas y de clase trabajadora de Palma, cayeron en el abandono durante la dictadura. El hecho de que el suministro de agua potable y las conexiones eléctricas no fueran algo habitual durante mucho tiempo se puede comprobar en la Plaça de la Font: la fuente de la que los vecinos del barrio tenían que abastecerse de agua potable sigue en pie hoy en día. Unos pasos más adelante, un busto de bronce recuerda a Aurora Picornell, probablemente la hija más famosa del barrio, asesinada por su ideología. A Alejandro Segura se le llenan los ojos de lágrimas cuando lo recuerda.
A sus 85 años, pasó la mayor parte de su vida profesional como técnico en Telefónica. Y participó activamente en la asociación de vecinos Vogar i Ciar. Sobre todo, recuerda la lucha contra el primer plan urbanístico a principios de los ochenta. «Si se hubiera ejecutado tal cual, El Molinar se habría convertido en un barrio lleno de rascacielos», dice Segura. «Otro Son Gotleu».
En cambio, se consiguió que sólo pudieran construirse casas de planta baja y un piso más entre la antigua carretera de Llucmajor, Carrer de Llucmajor, y el mar. Las pocas que hay más altas en esta zona son anteriores al plan de urbanización.
Segura se enfada ante la evolución del mercado inmobiliario. Su padre compró un solar por 41 pesetas el metro cuadrado. Hoy, nadie del barrio puede permitirse una propiedad allí. La población local está siendo expulsada. «En general, El Molinar de hoy ya no tiene mucho que ver con el barrio de antes», dice. «Tiendo a ser un poco nostálgico, pero puedo aceptar la modernidad si beneficia a la gente». Y ahí es donde vuelve a entrar en juego el tranvía. Aunque el actual alcalde ha archivado los planes para construir un nuevo enlace con el centro de la ciudad, Segura no pierde la esperanza de verlo de nuevo.