De pescadores a restauradores nocturnos: cambios sociales y desigualdades. Este es el título de la tesis que ha presentado en la Universidad de Castilla La Mancha el antropólogo social y cultural Juan Alonso Rodríguez, y que ilustra la transformación que ha sufrido Santa Catalina en el último siglo.
«Una fecha quedará enmarcada para la posteridad. El 22 de marzo de 2015 el diario The Times eligió Palma como la mejor ciudad del mundo para vivir. Se impulsó el orgullo de los mallorquines y ayudó a una expansión gentrificadora con un efecto llamada de ciudadanos extranjeros en la búsqueda del paraíso prometido», arranca la tesis.
Y Santa Catalina ha sido, según Rodríguez, fagocitada por esa «vorágine gentrificadora». Analiza sus inicios, desde que a partir de 1875 creció a extramuros de la ciudad. «Su cercanía con el puerto hizo que fuese habitado por pescadores y pequeñas industrias que, a partir de 1902, con el derribo de las murallas, incrementó su actividad industrial y residencial».
A la gentrificación contribuye el turismo residencial, según Rodríguez. Y una cosa lleva a la otra: «Los propietarios de las viviendas de alquiler eliminan la oferta del alquiler residencial y las viviendas con fines turísticos provocan efectos indirectos sobre los residentes: suben los precios del alojamiento». Santa Catalina ha sido un campo de pruebas de la especulación inmobiliaria, según Rodríguez, donde la escalada de los alquileres ha terminado expulsando a los residentes habituales «para convertirse en pisos de alto standing».
«Los cambios no sólo afectan a personas económicamente vulnerables, también a personas con rentas medias», advierte la tesis. El arraigo vecinal hace que algunos intenten hacer frente a los incrementos imparables de los alquileres pero «la inversión que realizan para abonar el arrendamiento es de salario y medio», afirma.
Una de las personas entrevistadas por la tesis ilustra la transformación del barrio: con 86 años, nació en los bajos de una fábrica de zapatos de la Avinguda Argentina. Y recuerda la transformación del tejido comercial: «Había cines, tiendas, no necesitábamos salir del barrio. Los sábados acudían venían al mercado de otros barrios para hacer la compra».
Otra vecina de la calle Servet, de 79 años, señala una finca de dos pisos frente a su casa: «Está dedicado al alquiler vacacional. En cada calle hay muchos. Luego están lo extranjeros, que han venido para quedarse. Y todo sube, y sus tiendas... Todo es para ellos». Rodríguez advierte que los extranjeros suponen el 30 por ciento del barrio y «son cerrados, no se mezclan con el resto de vecinos. Pueden trabajar en una empresa de su país, cobrar un sueldo del norte y vivir aquí». Añade que «muchos no se fían de los españoles y cuando reforman sus casas, se traen los materiales de allí».
La peatonalización de Fàbrica fue el resorte que aceleró el cambio, como recuerda la Associació Barri Civic de Santa Catalina. «Los pisos empezaron a venderse, pagaban cantidades inimaginables de dinero. Empezaron a llegar extranjeros del norte con mayor poder adquisitivo». La Asociación de Restauradores de Santa Catalina afirma en la tesis que se siente perjudicada, ofreciendo 950 empleados con 85 establecimientos. Pero el tardeo ha hecho mella en los vecinos.
«La propiedad privada puede obtener la máxima rentabilidad por encima del derecho fundamental de la vivienda. Los especuladores, a pequeña y gran escala, generan desigualdad», ante la ausencia de políticas públicas. Y pese a todo, «no habrá estallido social: es el carácter mallorquín».