Como las estaciones de tren fantasmas, el Mercat des Tenis, la primera y única plaza de abastos de capital privado que ha existido en Palma, lleva 17 años congelado en el tiempo. Abrió sus puertas a finales de los 70 y funcionó como un reloj hasta que la feroz competencia de las grandes cadenas de supermercados se abrió paso en Palma, hizo mella en el negocio y los puestos fueron cerrando a cuentagotas, de forma lenta pero constante. La última parada bajó su persiana en 2006. La aventura empresarial privada tocaba a su fin. Desde entonces está a la venta. Y a pesar de contar con casi 5.000 metros cuadrados en una de las zonas más atractivas de Ciutat, lleva casi dos décadas a la espera de un comprador que no llega. Su precio hace unos años, tres millones de euros.
Gran parte de los objetos siguen en el mismo lugar en el que estaban el día en el que se bajó la persiana por última vez. Los carritos de la compra bien colocados y atados en su sitio; algunos, incluso, tienen todavía monedas en su interior. Los puestos conservan intactos sus aparadores y sus letreros, todos de color verde y similar tipografía. Y las cámaras frigoríficas parece que aún estuvieran funcionando. Los grandes pasillos desiertos se limpian con esmero cada 15 días.
Todo el mercado, en realidad, luce como el primer día. Del mantenimiento se encarga Jesús, que trabajaba en esta plaza antes de que cerrara, y ahí sigue, dejando todo limpio como una patena. «Los compañeros que me sustituyen tienen miedo cuando pasan mucho tiempo dentro. Dicen que es demasiado grande, que parece un cementerio. Yo no, lo sigo recordando con cariño, sobre todo las buenas épocas. Donde unos oyen el silencio, recuerdo la algarabía del pasado», rememora el trabajador.
El mercado abrió en 1979 en la calle Joan Crespí y fue un éxito desde el primer día. Llegó a haber 54 puestos abiertos. «Los sábados había unas colas enormes de gente que venía a hacer la compra», explica Roberto Fernández, uno de los propietarios de este mercado y el que cerró la puerta por última vez. «Yo, como quien dice, me crie aquí. Tenia cinco años cuando mi madre puso en marcha su carnicería. Salíamos del colegio, veníamos a hacer los deberes y a ayudar a hacer hamburguesas y albóndigas. Piense que este mercado era el único que abría sus puertas a las 8 y la bajaba a las 20 horas. Venían compradores de todos los barrios y de fuera de Palma. Pero al final, cuando el declive era palpable, ya solo se acercaban los vecinos de alrededor», recuerda con pena.
Cuando el Mercat des Tenis se puso en marcha, la idea de sus propietarios era ofrecer ese algo más que tenían los mercados municipales que, ni de lejos, eran como ahora. Los puestos tenían superficies de mármol, las vitrinas estaban hechas a medida y en la parte central de la plaza había una gran pecera repleta de peces. La comida llegaba al bar de este mercado a través de un montacargas desde la impresionante cocina que estaba en la segunda planta. No se escatimó en gastos. Esta pequeña gran superficie ofrecía a los palmesanos una forma diferente de hacer la compra.
¿Había más motivos para que esta aventura empresarial se viniera abajo? Los propietarios hacen hincapié en la falta de aparcamiento. Siempre fue un problema en esta zona de Santa Catalina. Lucharon por la zona azul, pero no consiguieron que Cort la ampliara. Después se agarraron a otro bote salvavidas, hacerse con dos plantas de un edificio anexo para tener su propio aparcamiento, pero chocaron con los intereses de los vecinos de la finca. No hubo acuerdo. Así comenzó a languidecer el Mercat des Tenis.
¿Cómo un negocio de casi 5.000 metros cuadrados sigue todavía a la venta? Uno de los motivos puede ser su enorme tamaño. «El Mercat podría ser una gran superficie, pero uno de los propietarios que quedan es una cadena de alimentación y nunca lo aceptaría -lamenta Roberto Fernández-. Quizá un gran gimnasio, un teatro, un cine... francamente no sé qué decirle. Desde luego lo que puedo confirma es que el Consistorio palmesano nunca ha mostrado interés en hacerse con el lugar, que bien pudiera servir para equipamientos municipales, por ejemplo», argumenta Fernández, que tiene dese hace años con su propia carnicería en el mercado de Santa Catalina.
Otro motivo de que el negocio siga durmiendo el sueño de los justos, sin duda, es el número de dueños del local. El hecho de que haya tantos propietarios complica la venta, ya que el posible comprador tendría que ponerse de acuerdo con todos ellos. Llegaron a ser una veintena, pero ya solo quedan 6 ó 7 propietarios. Roberto Fernández señala que ha pasado mucho tiempo desde que recibieron la última oferta, pero fue desechada. Si uno no vende, la negociación se paraliza.
«Muchos se han terminado cansando de no ver un euro en estos años y han terminado vendiendo a otros socios por cuatro duros. Nosotros nos negamos. Estos 5.000 metros cuadrados valen mucho más. Solo esperamos una oferta justa», finaliza Fernández.