La ciudad se despereza tras un invierno tibio, solo sacudido por los arrebatos meteorológicos de Juliette, y espera el arranque de la temporada turística. La Palma de hoy vive ajena a su pasado más reciente, aquel en el que las casas se derruían pero no para construir nuevos edificios: los responsables no eran excavadoras, sino bombas. El libro La Guerra Civil en Palma (Illa Edicions), del historiador Antoni Vidal, hace un viaje en el tiempo hasta la contienda y sus efectos en la ciudad.
La actual sede de Zara Home, a la última en tendencias de decoración, es un lugar plácido que hace 86 años era conocido como edificio de Telefónica y que se convirtió el 19 de julio de 1936 en el refugio de los sublevados. Mientras tanto, los republicanos se concentraron en la antigua Casa del Poble, ahora un solar a la espera de convertirse en un nuevo edificio de viviendas de alto standing en Arxiduc, a la espera de que les proporcionasen armas para defender la República. Pero no llegaron órdenes de Madrid y allí, desarmados, fueron detenidos por los sublevados que en seguida habían controlado Cort, el Gobierno Civil o la Casa del Pueblo. Los obreros habían perdido la ciudad.
El 18 de julio se había convocado una huelga para paralizar la ciudad, pero el día 22 ya no tenía ningún efecto. Las detenciones de republicanos se sucedían. «Es difícil calcularlo, pero más de 2.000 personas pasaron por los centros de detención», cuenta Vidal. Si Palma solo tenía una prisión, la de los Caputxins, pronto hubo que buscar alternativas. «El 21 de julio, cuatro días después del alzamiento, ya no cabían más. Así que los mandaron al Castell de Bellver. Pero se llenó y se utilizó el barco-prisión Jaume I». Can Mir se convirtió en epicentro del horror de los presos republicanos y «como tampoco cabían, se alzaron campos de prisioneros por toda Mallorca». Muchos de estos presos fueron obligados a trabajos forzados y se encargaron de construir la carretera militar de Cap Blanc o la carretera que une por la costa Alcùdia con Pollença.
En La Calatrava, el Molinar o Santa Catalina, ahora epicentro de las inversiones millonarias de extranjeros, cayeron las bombas de los bombarderos republicanos que pretendían tomar la ciudad y que causaron la muerte de más de un centenar de personas. «Creo que se trata de un error intentar ocultar los desastres de estos bombardeos, pero como la responsable era la República... Pretendían alcanzar objetivos militares pero como lanzaban las bombas a tanta altura, se equivocaban. Hubo más de 100 bombardeos republicanos», explica Vidal, que ofrece una nueva mirada de la contienda en la ciudad.
El sonido de las alarmas antiaéreas marcaba el ritmo de Palma y Vidal recuerda que «para no confundir a la población, se decidió enmudecer las campanas del reloj de En Figuera». Palma, además, acogió la base aérea italiana, que bombardeó Valencia y Barcelona, causando más de 5.000 muertos.
Mientras tanto, los palmesanos huían a la Part Forana, a Menorca o la Península. Los coches circulaban con la luz apagada para que los aviones no pudiesen localizarlos. Los topos, amagats, se escondían en pisos de la ciudad para evitar ser detenidos. «Pero siempre había un vecino que los veía por la ventana o el patio. Evitaban hacer ruido y colocaban una tela en el grifo para evitar su goteo». La mayoría fueron apresados. Mallorca quedó aislada y hasta que Málaga no cayó en manos franquistas, hubo gran escasez en la Isla y en Ciutat.
Los primeros meses se producían asesinatos de republicanos en las cunetas, cerca del cementerio. Las pompas fúnebres recogían los cuerpos e intentaban evitar la ciudad, pero «un falangista dijo: que pase por el centro y que todos lo sepan», dijo Vidal. El mensaje quedaba claro.
La Avinguda Antoni Maura, epicentro hoy en día de la llegada de miles de cruceristas en temporada alta, acogía en abril de 1937 el Arco del Triunfo levantado para celebrar el derecho de unificación la constitución de la Falange Española Tradicionalista y de las Jons. El 21 de abril de 1937 no había ni rastro del aparcamiento subterráneo y la Plaça Major no era tal y como la conocemos hoy en día. Allí se concentraron miles de personas para el acto de inauguración de la Vía Roma, en agradecimiento a la colaboración militar italiana en favor de los fascistas.
Los republicanos habían perdido Palma en seguida. Un silencio espeso tapo las bocas y los rumores durante décadas. «Las mismas víctimas que sobrevivieron callaron. Y muchos familiares desconocían el papel de sus padres y abuelos, ya fuesen víctimas o verdugos, por miedo o el olvido», dice Vidal. No fue hasta la década de los 80 que se intentó recuperar la historia de la Guerra Civil y los estragos del franquismo. «Son los nietos de las víctimas los que reciben ahora los restos de los exhumados», advierte.
Mientras tanto, siguen en el anonimato aquellos falangistas que alzaron las armas. «Sabemos quiénes fueron las autoridades pero no quién apretó el gatillo esos días. Se pude intuir por el listado de militantes de Falange». Palma se despierta perezosa con los ojos puestos en una eterna temporada alta. Allá donde los turistas comen helados o los palmesanos se reúnen, hace 86 años fue escenario de disparos, detenciones nocturnas, paseos que acababan con fusilamientos y topos que se escondían en vano de los chivatazos de vecinos. Volver a recordar es una deuda pendiente de los llonguets.