«Mires por donde mires hay pisos patera y en los subterráneos vive gente. Esto es una gentrificación de manual: vamos a dejar que caiga todo para que luego se revalorice», cuenta Miguel Pascual, miembro de la Asociación de Vecinos de El Arenal. Alain Carbonell, vicepresidente de la entidad vecinal, advierte que «se está expulsando a la gente de toda la vida del Arenal». La mala calidad de las construcciones está haciendo mella en la degradación de la zona. La aluminosis carcome las viviendas, que además sufren el salitre y el agua del mar que debilita los pilares los ya de por si precarios inmuebles.
«Ya no existe comunidad, los edificios se están cayendo. Estamos ante una seria degradación», se lamenta Carbonell. Mientras tanto, «la gente local no puede pagar los arreglos de la vivienda. Así que hay mafias que los cogen y van subarrendando». El resultado es una superpoblación en pequeños apartamentos y sótanos. La oferta complementaria tampoco ayuda al arraigo en la zona.
Pese a todo, «la gente que viene a vivir aquí es pacífica. Los senegaleses son una pasada. Son muy cultos, de religión musulmana. Hablan wolof y francés y tienen una gran facilidad para los idiomas: aprenden catalán y castellano en seguida», cuenta Carbonell. Por otro lado, «también tenemos alemanes que se van de su país porque han cometido delitos, como impagos a Hacienda o trata de mujeres».
Carbonell y Pascual recuerdan que el fenómeno de las viviendas subterráneas no es nuevo. «Hace treinta años ya decían que no se podía vivir en estos locales. Pero todos mis compañeros de colegio vivían allí. Venía mucha gente de Albacete, en concreto de Hellín y Agramón y se instalaban allá abajo». La precariedad ya hacía mella por aquel entonces y empujaba a los más humildes al subsuelo. En aquel entonces eran peninsulares que trabajaban en el sector turístico.
Aún así, todavía quedan edificios que recuerdan que el Arenal de Palma fue lugar de recreo y descanso de los palmesanos. Esas viviendas que se convertían en residencias de veraneo mantienen su arquitectura vintage, que atrae a ojeadores de propiedades inmobiliarias interesantes. «Los alemanes lo acaban comprando todo», se lamenta Carbonell. Y los propietarios originales, de avanzada edad, o sus herederos, acaban sucumbiendo a las ofertas de los inversores.
Pese al paso del tiempo, los más vulnerables se ven abocados a vivir en el subsuelo. Sus ventanas no tienen vistas al mar, sino al calzado de los peatones que caminan sin saber que son observados. Han pasado treinta años y nada ha cambiado. Bueno, sí: los precios. El encarecimiento disparatado de la vivienda también ha llegado al subsuelo del Arenal y nada baja de los 550 euros.