La hasta hoy regidora de Justícia Social, Feminisme i LGTBI, Sonia Vivas, ha agotado la paciencia del alcalde de Palma, José Hila, que la ha destituido después de que la edil podemita convirtiera la amenaza al equipo de Gobierno al que pertenecía en su principal baza política. Pero no midió sus fuerzas ni sus apoyos, que son nulos. Vivas deja el tripartito de Palma en minoría -y hace lo que suelen hacer los malos políticos que es mantener su acta de concejala-, pero aún así el alcalde socialista ha tomado la decisión sabedor de que este gesto de autoridad era reclamado, más aún, exigido, desde el Consolat y desde su entorno, y de que continuar con la ex policía local en las filas del Pacte era jugar con nitroglicerina.
Las relaciones del tripartito no son buenas, la legislatura se está haciendo muy larga, y el epicentro del terremoto está en el seno del grupo municipal de Podemos, atomizado en tres partes con deslealtades y apuñalamientos por la espalda incluidos.
La relación entre Més y Podemos es también autodestructiva. Un cóctel molotov que ahora Hila debe intentar desactivar tras amputar a su miembro más polémico y tratar de aguantar hasta la cita electoral de mayo. La oposición, mientras, disfruta del espectáculo y se frota las manos ante una oportunidad con la que hace tiempo que ya se atrevía a soñar.