«Ojalá no cerréis», es una de las frases más escuchadas en los comercios emblemáticos de Palma. Acumulan una pila de años y son la voz de la experiencia comercial. Los comercios emblemáticos de Ciutat rozan el centenar y en breve se sumarán al catálogo de nuevos establecimientos. Los veteranos pelean por sobrevivir en un contexto difícil para el pequeño comercio. La falta de relevo generacional, los altos precios de los alquileres y el inexorable cambio de costumbres de los clientes, que apuestan por grandes superficies, cadenas internacionales o el temido comercio electrónico, hace que vayan cayendo estas tiendas.
El más veterano de todos es la mercería Can Àngela y Miquel Aguiló está al frente del negocio familiar que ya va por la generación número 11. Desde 1685 tiene abiertas sus puertas en la calle Jaume II. «Hay gente que sabe que somos un comercio emblemático y les gusta venir aquí. Pero se fijan en que tengas lo que piden», explica el comerciante.
Reconoce que ha visto cerrar a muchos compañeros de profesión y que uno de los problemas es el relevo generacional. «Yo tampoco tengo sucesor. Ya hemos durado muchos años. ¡Que más quisiera yo que jubilarme dentro de poco!», dice Aguiló, que calcula que aún seguirá al frente del negocio otros seis años antes de jubilarse, pero ya avanza que nadie seguirá la tradición.
Vocación
«Cuando empecé en la mercería no me gustaba pero al final le cogí el gusto», confiesa Aguiló, que reconoce que «si el local no llega a ser nuestro no sobreviviríamos». Ubicado en el corazón del Cas Antic, el metro cuadrado comercial se cotiza a precio de oro y hace inviable un negocio tradicional como el suyo. En el Forn Fondo ejerce la misma familia desde 1911. La cuarta generación lleva ahora las riendas de un negocio que abrió junto a la calle Unió en 1745. La tienda original tenía entrada por la calle de les Caputxines y queda la estructura del horno original.
«Creo que es la pastelería más antigua de Palma», dice Neus Llull, que junto a su hermano Pau son la cuarta generación que regenta el negocio que recogió su familia a principios del siglo XX pero que está en funcionamiento desde 1745. Presumen de su fachada modernista restaurada y de que el abuelo Pau Llull importó a Mallorca la receta de la tarta reina, ahora un clásico. Algunas de las recetas familiares se siguen elaborando a día de hoy, como las empanadas dulces o el pasteló.
Neus Llull advierte que «vamos a desaparecer todos» si siguen irrumpiendo las multinacionales en Palma. «Los guías de cruceros traen turistas a la pastelería cuando vienen. A la gente le gusta lo antiguo», explica Llull, mientras admite que el oficio de panadero es «muy sacrificado, requiere mucha vocación y responsabilidad pero también ganas de innovar».
En 1898 Francesc Julià abrió la sombrerería que aún permanece en la calle Sindicat. Sus bisnietos Silvia y Daniel Estela mantienen vivo el legado familiar con orgullo pero también mucho esfuerzo. «Sindicat antes se llamaba la calle de la Capelleria porque aquí se concentraban los talleres y tiendas de sombreros», dice Silvia Estela, que mantiene la última sombrerería de Palma. Asegura que es el pequeño comercio es el que mantiene viva la ciudad y se preocupa por ella. «No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes», dice a modo de advertencia, mientras se queja de que la peatonalización del centro les resta clientela.
Relevo
La ferretería La Central es un baluarte de resistencia en Santa Catalina. Los hermanos Gabriel y Antoni Serra siguen la tradición de una tienda que abrió en 1934. En su caso hay relevo asegurado: la hija de Gabriel, Eva Serra, está trabajando con ellos. «La gente dice que qué pena que cierren los comercios antiguos ¡pero si no vienen a comprar!...», reflexiona Toni Serra. El panorama a su alrededor se ha transformado por completo. Antes en la calle Sant Magí «había carnicerías, tiendas de ropa y calzado, panaderías, un carbonería, una tienda de carne de caballo y dos lecherías. Ahora no hay más que bares y restaurantes».
Este comercio emblemático dice que «muchos vecinos de toda la vida se han ido del barrio» mientras los jóvenes se resisten a entrar en la gestión de un comercio «porque es demasiado sacrificado. Cuando llevas un negocio que es tuyo no trabajas ocho horas sino hasta 11 horas al día y también los fines de semana».
Petróleo
Antoni Serra, que se crio en la ferretería familiar, recuerda que «cuando era pequeño vendíamos aquí petróleo para estufas y cocinas en bidones de hierro de 350 litros. Y teníamos en la puerta colas de hasta 40 personas». El edificio modernista en el que están emplazados atrae muchas visitas turísticas y de algún curioso que se acaba convirtiendo en cliente. Antoni Serra reconoce que «podemos ir aguantando» pese al tsunami de grandes firmas internacionales del bricolaje que les han mermado la clientela. Su local, además, es en propiedad, lo que les permite resistir los embistes de la competencia. Resistiré bien podría ser el himno que entonan los comercios emblemáticos de Palma.
El apunte
Una o dos bajas al año en el centenar de comercios emblemáticos de Palma
«La gente está volviendo al comercio de proximidad», dice Rodrigo Romero, regidor de Promoció Económica i Ocupació, (foto) que advierte que durante la pandemia los clientes volvieron a las pequeñas tiendas. Ahora queda mantener este cambio de tendencia para mantener vivos a los comercios emblemáticos y al resto. «Su principal problema es la falta de relevo generacional», dice.
La iniciativa de los comercios emblemáticos surgió del Ajuntament de Palma para reconocer a los negocios más veteranos de la ciudad que también son singulares. «La idea es mantener la esencia de lo tradicional», dice Romero. Según Fabrizio di Giacomo, director general de Comerç, ahora mismo hay 99 comercios emblemáticos pero el mes que viene superarán el centenar. Aún así, «cada año hay una o dos bajas», como las de Casa Vila o Papelería Minerva.