Patricia Bianquetti ama a los animales y expresa su querencia poniendo a disposición de los gatos de su colonia felina –y de otras con las que colabora de forma más puntual– todo el tiempo y el dinero que sean necesarios. Esta trabajadora del Hospital Psiquiàtric de Palma es la titular de la colonia de unos cuarenta gatos que desde hace tiempo se ubica en los jardines del centro sanitario. Antes estaban dejados de la mano de Dios, iban y venían encarnando el concepto clásico de gatos callejeros, enfermos y apaleados. Ahora están bien cuidados –todos tienen nombre, están desparasitados interna y externamente y castrados– y forman parte de Moixets de bata blanca, un proyecto de salud pública y bienestar animal que incluso ha sido premiado por parte de las instituciones. Sin embargo, Blanqueti echa de menos más apoyo público en un momento especialmente delicado.
Es una veterana del cuidado de gatos que viven en la calle y habla muy claro de un tema que conoce bien. Remarca que «todos los gatos son domésticos, por biología. Sin embargo, cuando nacen y pasan dos meses sin contacto con las personas es más difícil su socialización. Algunos son más dóciles y se pueden sacar de la calle, pero no todos».
Otros se resisten con garras y dientes. Se las saben todas y se resisten a muerte a ser cazados para que un veterinario los atienda. Esos, los que según Cort no son aptos para la adopción, son la raíz del problema y en su mayoría habitantes de las colonias felinas de Palma, como la que ayudaba a cuidar Jony, el indigente de sa Teulera a quien el vecindario homenajeó por su cometido tras su fallecimiento.
«La premisa es esterilizar. Es lo único que éticamente y científicamente es correcto. Cazarlos y matarlos no funciona porque siempre quedan supervivientes que crían y seguirán llenando la ciudad de gatos», dice Bianquetti. En un sitio como Palma, la tarea es ingente, y depende casi al cien por cien de los voluntarios que como ella dedican una parte significativa de su día a la atención a los animales.
«Hay quien se levanta a las tres de la mañana para ir a cazar un gato para curarlo y a las siete entra a trabajar», afirma. El sacrificio personal es destacado y no persiguen reconocimiento, pero sí compromiso por parte de quienes tienen una misión para con ellos. Compromiso y una mano cuando la necesitan, no más piedras en el camino.
«El problema es que no hay una normativa específica que unifique criterios. Falta gestión, que duda cabe que si no nos gustasen los animales no lo haríamos, son nuestros niños de la calle. Lo que no es de recibo es que el trabajo lo hacemos nosotros y los políticos se cuelgan las medallas de sacrificio cero cuando además eso es falso».
La gestora de la colonia felina del Psiquiátrico de Palma se refiere con un evidente enfado a la problemática de las jaulas invisibles, las que ocupan gatos que por su procedencia no son aptos para la adopción y su destino cuando llegan al Centre Sanitari de Protecció Animal de Son Reus es el sacrificio.
«Los gatos de la calle son responsabilidad del ayuntamiento. Pero como no son adoptables, ni gestionan el asunto ni nos dejan gestionarlo a nosotros», dice la activista, alzando la voz en nombre de otros tantos voluntarios que de forma más o menos visible se dejan la piel por los animales.
Sorprenden en cierto modo las críticas sin reparos hacia el equipo de gobierno en el Ajuntament de Palma, un ejecutivo municipal que por cierto cuenta con una regiduría de Benestar Animal. «Pensábamos que con este ayuntamiento habría más sintonía, llevábamos años tendiendo puentes pero al final todo se queda en las buenas palabras. Si se vinieran con nosotras horas y horas a cazar gatos verían lo que es, pero claro, los animales no votan».
Bianquetti reconoce que tener cerca una colonia de gatos descontrolada es algo muy desagradable y si no pone todo el mundo de su parte «el problema no se va a resolver en la vida». «Cuando hay un problema hay que consensuar, gestionar, no llegar allí y arramblar con todo, como se ha hecho por ejemplo con los comederos y las casetas en el bosque de Bellver», afirma.
«Nos tienen muy enfadados» apunta la voluntaria felina, hablando por los voluntarios de las más de cien colonias activas que actualmente están en marcha en Palma.
Sobre cómo funcionarán las cosas con el desarrollo de la nueva ley de protección animal impulsada a nivel nacional por el Gobierno, Bianquetti no puede ser optimista, y menos sabiendo que la norma dicta que el chip identificativo de cada gato se pondrá a nombre del ayuntamiento, o que prohíbe expresamente el confinamiento de gatos comunitarios, especialmente aquellos menos sociables como actualmente sucede en Palma.
Hay que mencionar que la pandemia de coronavirus ha afectado también negativamente a la viabilidad de las colonias felinas en Palma. Por un lado en los tiempos del confinamiento se dieron muchas adopciones, parece que la gente quería sentirse acompañada en casa.
En aquel entonces Son Reus no castraba animales. Los voluntarios no podían ayudar a aquellos a los que, por ejemplo, una gata entraba a parir a su jardín. Algunos de esos, pasado un tiempo con el gato en casa, se cansaron y lo echaron a la calle. Todo ello ha repercutido en una particular explosión de gatos callejeros en Palma en los últimos meses.
«Este año está siendo horroroso, nos ha destrozado justo cuando más colaboración necesitábamos», indica la voluntaria, que augura un necesario cambio en la dirección del centro de Son Reus para que realmente evolucionen las cosas a mejor en esta cuestión en la capital balear.