«Antes nadie quería tener nada que ver con nosotros y ahora los otros edificios nos miran y dicen ¿por qué no podemos ser como los Pullman?». Quien así se expresa es Bartolomé Soto, administrador de los cuatro bloques de edificios más conocidos de Cala Major.
Los vecinos reconocen que están hartos de «estar estigmatizados» y advierten que «hemos cambiado mucho, todo gracias a la inversión privada». Los precios de las viviendas en estos bloques son una muestra de la revolución. «En 2016 se firmaban ventas por 15.000 euros. Ahora mismo se están vendiendo por 75.000 sin reformar. Los alquileres han pasado de 150 a 600 e incluso 700 euros por 26 metros cuadrados», dice Soto. Los estudios reformados se están ofreciendo ya por 120.000 euros. «Antes el 75 por ciento de los Pullman estaba okupado. Los pocos propietarios que quedaban en los 205 estudios estaban encerrados en sus casas, tenían miedo».
Dicen de Soto que «es el artífice del milagro de los Pullman», según el empresario inmobiliario Mike Stetson, que tiene a la venta un estudio en esto bloques. Los Pullman del 2016 ya son historia: «El 70 por ciento de los pisos ya están renovados por dentro y viven inquilinos solos o en pareja, todos trabajadores».
Esta intensa mejora del edificio supone «una revalorización también de la zona» aunque, según el empresario inmobiliario, «toda Palma está subiendo de precio. Si al principio de la pandemia los precios cayeron un 5 por ciento, ahora en toda la ciudad han subido un 10 por ciento».
A finales de 2016 Soto asumió el cargo de administrador de la finca y «en la primera reunión del nombramiento acabamos a tortazos y con furgones de la policía. Algunos propietarios del núcleo duro me pidieron que me quedara para intentar cambiar la situación. Entonces comenzamos a hacer inversiones para cumplir con las ITE».
Las escaleras llegaron a estar apuntaladas por riesgo de derrumbe y los propietarios invirtieron. El que no lo hacía, se iba. «En 2017 pusimos conserje y cámaras de seguridad. Los propietarios más quemados venden, ya por 30.000 euros. Y entonces gente de Palma empezó a invertir aquí. De 2017 a 2020 ha habido una compraventa brutal. Ahora el 60 por ciento de las viviendas están reformadas», cuenta Soto, de Fincas Mayurqa.
Esta transformación supuso un cambio en el perfil tanto de propietarios como de inquilinos: «La delincuencia se ha desplomado y si antes la policía venía dos o tres veces al día, ahora me comentan que hace muchísimo tiempo que no vienen a los Pullman».
Además de las inversiones que han renovado los edificios, incluidas las fachadas, su elemento más característico, «se ha llevado a cabo una política implacable de denuncia. Nada queda impune. Si hay una rotura, como hay cámaras se localiza al responsable», dice el administrador.
Reparaciones
Modernización de ascensores, retirada de aparatos de aire acondicionados y tendederos de la fachada, cambio de bajantes... «Ahora solo nos quedan los pasillos y unificar puertas y ventanas. El párking ya está en obras, pondremos árboles, y pronto empezaremos con la piscina». El cambio es palpable de lejos pero también entre los que viven allí.
«Antes solo había 20 contadores de electricidad y los demás okupas pinchaban la luz. Les llegaban facturas de 600 euros al mes y arruinaban al propietario. Después, tomaron la luz de los ascensores y se prendió fuego la instalación eléctrica. Los vecinos estuvieron un año sin luz», relata el administrador, que advierte que los antiguos vecinos que aún siguen «han sufrido muchísimo».
Gracias a «la inversión privada», los Pullman han conseguido dar un vuelco en la zona. El estigma marcaba tanto que de los cuatro edificios, dos cambiaron su nombre para no ser identificados: el edificio Rubens y Saridakis 24. «También estoy administrando los Impala y los Panam y viendo cómo están los Pullman ahora, me preguntan que porqué no pueden ser como ellos».
Convertidos en referencia de edificios mejorados, los precios inmobiliarios son un síntoma de lo que está pasando en estos bloques, aunque «estamos sin luz en la calle. Ofrecimos al Ajuntament nuestros espacios para que fueran públicos, como la piscina o el parking, con el objetivo de convertirlos en parque, pero nadie nos hizo caso».
Quedan asignaturas pendientes: la falta de iluminación, un lugar para que los niños puedan jugar en la zona, una cuesta arriba «brutal» que supone un problema para personas mayores y con movilidad reducida, o paradas de autobús «sin mamparas, a la intemperie, y sin bancos. Hay una dejadez brutal en el barrio», se queja Soto.
Precisamente, el área de Model de Ciutat anunció el proyecto Habitatge Digne Pla Litoral Ponent a los vecinos de Cala Major, que ofrece tiene como objetivo la inserción social de los residentes más vulnerables del barrio, dentro del Pla Litoral de Ponent.