¿Qué zonas de Palma son las favoritas por los jóvenes para hacer botellón? Y, ¿por qué lo hacen? ¿Cuál es su opinión de las multas por consumir en la vía pública? El viernes por la noche recorrimos en ruta los cinco puntos más ‘calientes' de la madrugada palmesana para conocer las respuestas a estas y otras preguntas. Para muestra un botón: la mayoría de los que entrevistamos entienden que la policía les multe por consumir en la calle, reconocen que está «mal» hacerlo, pero pasarlo «en grande» les compensa.
1. Sa Feixina
Este polémico parque del centro de la ciudad por su controvertido monumento franquista es también uno de los lugares preferidos por los jóvenes para consumir alcohol en los bancos o en las zonas de césped. En un asiento del parque encontramos a Andrés y Paula, dos veinteañeros que, en compañía de sus amigos, beben alcohol mientras fuman cigarrillos. «He venido aquí porque vivo cerca y es lo más cómodo. Aquí no molestamos a nadie. En el polígono hay pura chusma. Me parece mal porque la gente deja basura o hace ruido», afirma Andrés. Paula, por su parte, explica que «curramos en el sector de la gastronomía, acabamos de trabajar a las doce. ¿Qué hacemos? Pues botellón». Al ser preguntados acerca de la gente que les critica por beber en la vía pública, responden: «Nos parece mal, pero lo entendemos». ¿Les molesta la presencia de los agentes de la policía? La pareja apunta que «aquí la policía pasa, no nos dice nada».
2. Na Burguesa
Llegar al mirador de na Burguesa no es fácil. Hay que sortear las sinuosas curvas del monte y pasar por un balcón de piedra con vistas panorámicas sobre la ciudad. Allí paran los jóvenes a beber. Más arriba, en la cima, hay un restaurante. Su aparcamiento, además de ser un emplazamiento recurrente para realizar botellón, es lugar de peregrinaje para parejas que buscan mantener relaciones sexuales alejadas del bullicio de la ciudad.
En el aparcamiento nos encontramos a David y a un grupo de amigos vestidos con traje de noche que acaban de salir del restaurante. Algunos de ellos están sentados encima de un coche de grandes dimensiones cantando y tocando la guitarra, pero no estaban de botellón. «Toca Rojitas las orejas, de Fito y Fitipaldis», dice uno de los fiesteros. «Hemos venido a celebrar el cumpleaños de una amiga y queríamos buenas vistas», afirma David antes de añadir que «hacer botellón no está ni bien ni mal, pero sí que creo que se debe multar si se hace en la vía pública. Sobre todo, si se ensucia y se molesta. Con la policía lo que pasa es que si interfieres, sí que actúan».
3. Son Castelló (1)
Nos adentramos en el polígono de Son Castelló, la jungla de asfalto, el epicentro del botellón de la periferia de Palma. Huele a goma quemada por los derrapes de los coches y montones de jóvenes se agolpan en los huecos de los aparcamientos de las naves industriales. Diferentes músicas a todo trapo provenientes de coches parados o en movimiento se solapan entre ellas. El target es de gente joven (pocos superan los 30 años) y se mezclan los mallorquines de Palma o de la Part Forana venidos ex professo con jóvenes de origen sudamericano que forman sus propias pandillas. Una joven que no quiere ser retratada para este reportaje nos aportó una frase que refleja la realidad de muchos menores (o no) que salen de fiesta clandestinamente: «Mi madre no sabe que estoy aquí». Paula Gomila tiene 21 años y nos atendió mientras bebía una copa de vino blanco en compañía de unos amigos. «He venido a pasarlo bien y desconectar. Aquí es donde está la gente y hay ‘ambientillo'. Me parece bien que la policía multe, es necesario. Creo que cuando hacemos botellón nos comportamos mal. Pero pasarlo bien compensa, por muy mal que lo estemos haciendo».
4. Son Castelló (2)
Sin salir del mismo lugar nos encontramos a Cata Galmés, de 23 años, y a su amiga Maria con a dos amigos más. «Soy un reality show en persona», se define ella. «Ha terminado la cuarentena y vamos a liarla. Es lo que tienen las malas influencias. La gente que nos critica por hacer botellón no tiene ni idea. Después del año que hemos tenido...». Al dejar Son Castelló nos dirigimos a otro supuesto enclave ‘caliente' de la noche palmesana: el vecino polígono de Son Rossinyol, en el que una conocida discoteca ahora cerrada solía albergar a un reguero de jóvenes las noches de fin de semana. Hasta que llegó la pandemia. La sorpresa es máxima al comprobar que la zona permanece desierta, apenas algún pequeño grupo en coches aislados unos de otros. Es un paisaje desalentador. Así, Son#Castelló acapara el interés de los juerguistas en detrimento de esta zona que, comprobamos, ha pasado de moda. Al menos por ahora.
5. Playa de Palma
Hablar de s'Arenal es hacerlo de turismo de borrachera alemán. Ayer, en su paseo marítimo, había una gran cantidad de germanos bebiendo, pero nada comparado con las concentraciones de años pasados, en los que era complicado abrirse paso entre chavales ebrios, ‘lateros', vendedores de ‘top manta' o turistas que habían salido a dar una vuelta. Presenciamos cómo una patrulla de motos de la Policía Local dispersaba a un grupo de vendedores ambulantes, pero poca cosa más. Sobre las tres de la madrugada nos topamos en las escaleras de un edificio de segunda línea con dos jóvenes teutones bajo los efectos del alcohol: Luka, de 18 años, y Sabrina, de una edad aproximada. Nos contaron que son de Baviera. Al preguntados por qué habían elegido la Platja de Palma para pasar las vacaciones, Luka nos dijo en inglés: «Para beber alcohol», y señaló el botellín de cerveza que tenía en la mano. Después de hacer la foto que ilustra este reportaje, empezamos la entrevista y, a los pocos segundos de haberla iniciado, uno de los amigos de la pareja, un joven corpulento, se acercó al que firma estas líneas con la mirada penetrante y el gesto agresivo, indicándole que retrocediera y se metiera en el coche de retirada. Fue el único incidente desagradable de la noche.
6. Can Pere Antoni
Can Pere Antoni fue la última parada de esta ruta etílica por Palma. Allí, cerca de las cuatro de la madrugada, conviven jóvenes todavía ávidos de fiesta con algún que otro sintecho que ha establecido su residencia sobre la arena. Conversamos con Valentín y unos amigos que estaban a orillas del mar. «Por qué haceix botellón?». «No hacemos botellón, hemos venido porque ella (señalando a una joven tumbada a su lado) es alérgica a los dos gatos con los que vivimos». Les indicamos con el dedo la botella de Jägermeister que estaba a su lado y su actitud se volvió agria. «La gente viene aquí porque no hay discotecas. Ahora estamos más libres sin toque de queda, por eso es normal que todo el mundo que ha estado encerrado en su casa salga, como locos». Y nos despedimos, comprobando que, después de una pandemia que se hace larga, las ganas de fiesta no cesan.