El alma de Palma posee tres caras cinceladas por las tres grandes cosmovisiones que desde hace siglos han convivido en esta tierra. Cristianismo, judaísmo e islamismo configuraron en el pasado la vida en la capital balear, y viendo la historia que nos precede parece mentira que se haya alcanzado un estadio de cierta concordia entre tres religiones que comparten mucho más de lo que algunos aceptan de buen grado. Ha habido tiempos de vida en paz, pero también momentos en los que la violencia racial y sectaria derramaba la sangre de los palmesanos. Esta es la historia de las familias xuetes de Palma que quisieron huir para empezar de nuevo, lejos del señalamiento y la marginación.
El Call Jueu, el barrio judío de Palma, fue un punto de florecimiento cultural, económico y social ya desde los tiempos de la dominación musulmana de la Isla. La conquista por parte de la Corona de Aragón no cambió tanto de su idiosincrasia propia, e incluso ahora, cientos de años después, todavía se perciben a simple vista los vestigios medievales en sus paredes y en su pavimento. Y eso que el próximo 2 de agosto se cumplirán 730 años de un día nefasto.
Esa jornada del año 1391 el barrio entero fue pasto de la furia de la población cristiana de Palma que, como en otras ciudades del entorno, asaltaron y saquearon mucho de valor de cuanto hubiera. Fue el inicio de un proceso que culminó el 1435, cuando oficialmente ya no había seguidores de la religión judaica entre los mallorquines. El recuerdo recurrente de esos hechos infundió un temor constante, que en parte inspiró las conversiones en masa de los xuetes. En masa o por obligación, la realidad es que muchos de ellos solo lo hicieron nominalmente, y de puertas para adentro mantenían vivas las tradiciones que les legaron sus mayores.
Más de dos cientos años después la situación no era mucho mejor, y esas familias marcadas afrontaban mayores restricciones y penurias que sus conciudadanos. Ni hablar de aquellos sorprendidos en flagrante ilegalidad. El trabajo de la Inquisición en la Palma de la Baja Edad Media era arduo y continuo, y lo siguió siendo en los primeros años del fin del antiguo régimen. Entre piras para quemar infieles e imaginativos castigos públicos ejemplarizantes es fácil dibujar una situación extrema. Tan extrema como para dejar atrás todas las pertenencias, huir a hurtadillas de casa y pagar una gran bolsa de oro a cambio de una prometida libertad en el centro de Europa que no arribaría.
Ocurrió el 7 de marzo de 1688. Antes de eso un grupo numeroso de xuetes, varias familias completas, se han conjurado para huir de la Isla. Algunos lo harán en un barco inglés, que los llevará a Ámsterdam, con el que previamente han acordado un billete nada barato. Han portado consigo algunas pertenencias para la travesía y han escogido un punto del puerto de Palma sin demasiadas miradas indiscretas, sabedores de que su acción evasiva no será fácil. Hay demasiado en juego.
Las cosas no han dejado de ir a peor desde que el nuevo inquisidor, Pedro Guerrero de Bolaños, ha adoptado su posición. Él había ordenado encarcelar a un buen hombre, Pere Onofre Cortés, y a otras cinco personas entre las cuales a su mujer e hijo. Es la consecuencia de la confesión tiempo atrás de unas criadas indiscretas, que furtivamente habían descubierto a sus señores en plena práctica herética. A Cortés se le considera uno de los líderes de la resistencia hebrea, y en los meses siguientes se arrestará a más de doscientas personas. Se sellará con sal en un gran aquelarre público el huerto proscrito donde se encontraban. Se les confiscarán sus bienes y con ellos se construirán cárceles para encerrarlos. También se condenará a los ‘criminales' religiosos a un pago multimillonario, inasumible ni con toda la plata de Mallorca en circulación en aquellos momentos.
Al final del periplo todos ‘asumieron' su supuesta falta y pidieron el reingreso en la fe cristiana que decían profesar, aunque en secreto organizaban una marcha orquestada. A media tarde fueron llegando hasta el Moll Vell de Palma, en grupos disgregados, en un transitar aparentemente casual, como quien pasea por su ciudad como si nada. Como si al pasar el resto de personas no les señalaran con el dedo, o cuchichearan a su paso. O les sometieran a vejaciones y vigilancias continuas. Una vez reunido todo el grupo se hicieron a la mar en una lancha, y esta los trasbordó a una embarcación que sería su tabla de salvación. Justo entonces ocurrió lo inesperado, lo más temido.
Paradójicamente el infortunio, en este caso, vino del cielo. Una recia lluvia empezó a empapar las velas y el casco de la nave. La precipitación no solo no amainaba sino que iba en aumento: una tormenta de final de invierno había ‘decidido' que los conversos mallorquines no podrían zarpar para escapar de la persecución en Palma, como habían planeado. Y eso pese a que esperaron un tiempo, varias horas, por si el chaparrón les daba un respiro.
Aun con el temor en el cuerpo alguien pensó que pronto se percatarían de su ausencia. Harían preguntas, unirían cabos y en un santiamén la furia de la Inquisición mallorquina caería sobre ellos de la forma más brutal. Esta vez las casas y la plata no serían lo más preciado que perderían, de modo que de madrugada, y lo más discretamente que pudieron, uno a uno, desfilaron de regreso a sus respectivas moradas.
Pero las calles escuchan, y como se temían, la Inquisición supo de su intento y no tardó en tocar sus puertas. Se inició un proceso punitivo largo, de unos tres años, que buscó la descomposición efectiva del grupo de xuetes palmesanos que intentaron huir mediante el aislamiento total de sus miembros.
Finalmente el 1691, 300 años después del asalto al Call Jueu de Palma, se llevaron a cabo tres actos de fe con condena a 88 personas, 37 de ellas a muerte; Rafel Valls y los hermanos Rafel Benet y Caterina Tarongí ardieron en la hoguera ante la muchedumbre enardecida. «Felet, no't dons [no te rindas] que ta carn no es cremarà» repetía ella, considerada la última judía de Mallorca, tratando de infundir coraje a su hermano ante el suplicio y la muerte, a los que se enfrentó con tan solo 21 años de edad.