También es Berlanga pero no es Bienvenido, Mr. Marshall. No es Villar del Río sino la ensenada de Can Barbarà, en Palma, frente al puerto. Y en una de esas casas sobre el muro (previsiblemente, la que ahora exhibe una sombrilla) fue donde Pepe Isbert, convertido en el verdugo jubilado Amadeo esperaba a su yerno José Luis que intentaba por todos los medios zafarse de su destino para no estrenar el oficio de su suegro en una Mallorca idílica de los primeros sesenta en los albores del turismo. La película, El verdugo. Lugar: la Mallorca que fue.
Llega este sábado el día 98 del estado de alarma y se prepara para su último pase. Se va coincidiendo con la entrada del verano y los grandes días de luz, los que llevan al solsticio.
Guillermo, que ha terminado sus maniobra para desatracar su lancha y llevarla a revisión; conoce la historia de El verdugo y sabe que la cinta que se le escapó a la censura franquista se rodó allí mismo. Más allá de alguien que pasea, la principal actividad de Can Barbarà a esas horas es esa: embarcaciones que salen y otras que llegan. Un poco lo mismo que en el puerto, al otro lado del paseo Marítimo.
Hay dos barcos a punto de zarpar. Uno es de mercancías y va rumbo a Valencia. El destino del otro es Barcelona. Manuel subirá, con su camión, en el primero. Ha trabajo durante todo el estado de alarma. Como transportista, ha formado parte del grupo de actividades considerado esencial. Desembarca en Palma a las seis y media de la madrugada, reparte su mercancía por la Isla y se vuelve, a eso de las once, a Valencia. Cada día igual. Lo que cambia es la luz, los amaneceres y el anochecer.
Sonia, que es italiana, espera la salida del buque que la llevará a Barcelona junto a su hija y su hijo. Su destino es Cerdeña. «De isla a isla», comenta. Su marido, Rubén, se queda en Palma. Trabajan en la hostelería cuando trabaja. Ella está en paro en estos momentos. Se va a Cerdeña para dejar su prole con «los abuelos» y en una semanas regresará. «Hay que trabajar para levantar el país», afirma con una sonrisa.
Sin hogueras en la playa
La historia de Sonia se parece mucho a otras en la Mallorca que vive del turismo y que sigue esperando su llegada. Sobre todo en un verano como éste que despide a casi cien días de estado de alarma y afronta eso que, con una normalidad y una conformidad pasmosa, se llama ‘nueva normalidad' y que quedará inaugurada mañana.
La playa de Ciutat Jardí, a unos ocho kilómetros de Can Barbarà y el puerto, puede ser el segundo punto de la jornada para ver cómo se prepara la entrada del verano y de la normalidad que asoma.
Todo el mundo en esa zona se ha hecho ya a la idea de que no habrá, este año, Nit de Sant Joan con hogueras en la playa. Básicamente porque estará cerrada. Cualquier deseo habrá que formularlo sin fuego por medio.
Pedro ha venido con su hijo Marc a Ciutat Jardí. El pequeño juega en la arena. Él es maestro. Al preguntarle por las críticas por el hecho de que las clases presenciales quedaran suspendidas hasta el próximo curso sonríe y dice que su colectivo está acostumbrado a las críticas, «siempre y no ahora».
Viven cerca. Todavía no ha ido a otra playa. «Y eso que quizá es el momento de pasarse por es Trenc». Afirma que «este año vemos Mallorca en sus esencias» aunque luego admite que «el tema es la situación económica».
Mirada a la economía
Eso es lo que preocupa a una de las empleadas del bar restaurante Cala Canta. Parte de la plantilla sigue todavía «en el ERTE» y no se ha reincorporado. Hay gente del lugar tomando café. En una de las mesas, el tema de conversación es «cómo está ahora» la ciudad. Quizá al alcalde Hila le gustaría saber que alguien comenta «lo cuidado que está el centro histórico» y que recomienda un paseo por ahí.
Eric e Ista acaban de darse un chapuzón. Son de Letonia pero hace diez años que viven «aquí cerca». Todavía se quedarán un rato más.
Bicicletas y patines van y vienen. El carril-bici enlaza el puerto y Can Barbarà con Can Pastilla y s'Arenal. Eso quedará cuando se despida el estado de alarma y asome (después de las 23 horas) el verano. Un verano que tendrá poco que ver con otros recientes. Un verano que, a lo sumo, recordará a ese de hace casi 50 de años que eligió Berlanga para rodar en Mallorca (Can Barbarà pero también las cuevas del Drach) una película que ahí quedará tras el estado de alarma.