Aunque Son Espanyolet sea una de las zonas más castigadas por el turismo ilegal, sus vecinos siguen haciendo una vida de barrio y llevan a cabo proyectos por y para los vecinos, devolviendo la vida a zonas antes abandonadas. Es el caso del huerto urbano Son Espanyolet, un lugar autogestionado emplazado en un solar municipal otrora vacío. Situado en la calle Hondures, actualmente hay unas 30 parcelas, cultivadas por diferentes familias. Además, se organizan diversas charlas y talleres.
Jaume Gelabert es uno de los fundadores de la iniciativa. Activista en movimientos de transformación social y municipalismo, explica que «me fijé en el espacio porque tenía varios amigos con hijos estudiando en el colegio Mata de Jonc, y me hablaron de un solar propiedad municipal vacío, en el que había siempre mucha vegetación». Así, a principios del 2016, llegó a la conclusión de que se podía hacer algo que beneficiase a los vecinos en este espacio vacío.
Gelabert asegura los inicios no fueron fáciles. «Como no aparecía gente, pusimos carteles para ver qué vecinos querían sumarse. A final de verano éramos tres personas». El proyecto inicial era que el Ajuntament de Palma se implicase, pero al no recibir respuesta en 2017, los vecinos decidieron entrar para adaptar una zona e instalar dos parcelas de huerto. Gelabert asegura que una de las cosas que pretendían era «demostrar que somos responsables, porque una parcela de un huerto requiere de tiempo y de esfuerzo».
Una vez se reapropiaron del espacio, comenzaron a plantar y a organizar todo. El fundador explica que «la propia actividad en el huerto atrajo varias personas que instalaron más parcelas, hasta llegar a cuatro». Aparte del huerto se hicieron dos actividades, en colaboración del Jardí d'Epicur, que consistieron en fabricar con material reutilizado mobiliario para las zonas comunes.
Vecinos
Actualmente hay unas 30 parcelas, todas ocupadas. Michael Gaertner, Teresa Nadal y María José Siles son tres de los vecinos que cultivan parcelas allí. Explican que conocieron el huerto paseando por las cercanías, y aseguran que ahora no lo cambian por nada.
«Me gusta la tierra, comer bien y estar rodeada de gente con conciencia en el tema de la comida», confiesa Nadal. Gaertner, por su parte, explica que «puede que económicamente no compense, porque sale caro, pero el beneficio merece la pena». Los tres integrantes valoran mucho la soberanía alimentaria que ofrece tener un huerto: «Ya no compro muchas cosas, y puedes escoger qué plantar» argumenta Siles.
Los tres dedican varias horas al día al cuidado de sus plantaciones. Cada cambio que afecte a la estructura se habla en asamblea, así como las nuevas iniciativas. Los vecinos aseguran que «este huerto es un espacio de gente de todas las culturas e ideologías, y convivimos sin problemas».
Las próximas iniciativas que desarrollará el Hort tienen que ver con la colaboración externa, y está previsto que niños y adolescentes del barrio vayan a conocer el espacio.