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Jorge Escohotado: «Sin legalizar el cannabis en España, no podremos pagar las pensiones»

El hijo y editor del filósofo Antonio Escohotado reflexiona sobre su pensamiento tras la publicación de 'Confesiones de un opiófilo'

Jorge Escohotado, hijo y editor del pensador y defensor del consumo de drogas, Antonio Escohotado. | R.L.

| Palma |

Antonio Escohotado está enterrado en el diminuto cementerio de Santa Agnès de Corona, en Ibiza, donde vivió sus últimos años. «Quiso ser valiente y aprendió a estudiar», reza su epitafio, junto al cual hay un rinconcito para que los peregrinos que visitan la tumba del conocido filósofo dejen alguna «ofrenda», como dice su hijo Jorge, que difunde el pensamiento de su padre a través de La Emboscadura Editorial y en las redes sociales, donde acumula más de 224.000 seguidores en YouTube y 108.200 en X.

Fundador de la discoteca Amnesia en 1976, Escohotado sería encarcelado pocos años después, acusado de ser el capo de una supuesta mafia hippie y de distribuir psicodélicos entre amigos. Aprovechó su paso por prisión para escribir Historia general de las drogas, referente mundial sobre el tema que tiene 1.542 páginas. Aunque tradujera al castellano a Isaac Newton o Thomas Hobbes, analizara la historia del comunismo en Los enemigos del comercio. Una historia moral de la propiedad y, en definitiva, sea autor de más de una veintena de libros, su vínculo con las drogas y la defensa de la libertad individual para consumirlas es algo que le acompañaría para siempre. Incluso después de su muerte en 2021. Confesiones de un opiófilo: Diario póstumo (1992-2020), editado por Espasa, es el libro que todo sus lectores esperaban. Un dietario en el que se desnuda como nunca antes y que solo permitió que se publicara tras dejar este mundo. Jorge desgrana en esta entrevista algunas claves de esta obra.

«Esto se publicará cuando me haya muerto porque, si no, estoy seguro de que una turba gris vendrá a quemar mi casa», dijo Antonio sobre este libro que ya va por su tercera edición en pocos meses. Ahora, tras ver la luz, ¿crees que realmente lo podría haber publicado en vida?
Mi viejo nunca vendió tanto como ahora, pero estaba seguro de que este libro sería un best seller. Cuenta cosas muy íntimas, algo que no hizo en vida, quizás un poco en Mi Ibiza privada y en Sesenta semanas en el trópico. Lo que el lector encontrará en este diario es una exhibición total. Aun así, es verdad que muchos periodistas pensaban que sería un escándalo y creo que exageró un poco con lo de la turba. Lo que es cierto es que en vida nunca reconoció su consumo habitual de opiáceos en la tercera edad, porque jamás renunció a la euforia, y esto se lo daban drogas como la heroína. Siempre explicó que usaba estas sustancias como una vía para el conocimiento, pero no que tenía una adicción, más allá del tabaco. En estas confesiones habla de drogas, pero también de naturaleza.

Sobre todo en las entradas de los años noventa y principios de los 2000.
Daba paseos diarios, hacía ejercicio, nadaba y cortaba leña, uno de sus mayores entretenimientos. Confiesa, además, que era daltónico: el verde y rojo los veía igual. Sé que cuando habla de naturaleza no iba pedo. Un gramo de cocaína le duraba un mes, cuando la gente se lo tomaría en una tarde. Nunca estaba colocado, solo tomaba cantidades casi imperceptibles.

¿Qué has aprendido de él al editar esta obra?
Nunca me había confesado que estuviera deprimido, siempre decía que estaba «a salvo» de ello. En sus confesiones, en cambio, muestra que estaba muy afectado por la muerte de mi hermano Román. Perder y enterrar a un hijo es muy duro. Por otra parte, la manera en que afrontó su muerte, el no tenerle miedo y decirle a la Parca ‘ven, aquí te espero', es una lección vital que queda reflejada en el libro. Se fue tranquilo, habiendo hecho todo lo que tenía que hacer y entendiendo que patalear ante la muerte no tiene sentido.

Es una hipocresía hablar de salud pública y que a las autoridades les dé igual que se esté envenenando a la gente

«El uso de drogas me ha asegurado la euforia medio siglo, y en particular el empleo cotidiano de heroína el más sostenido placer desde 2000 en adelante. ¿Cómo es posible que esté tan solo en ese disfrute? ¿Qué les pasa a los demás?». ¿Revelar públicamente su relación con este opioide era su mayor temor?
Es la frase mas polémica del libro. Cuando te enteras de que este sabio tomaba algo que si lo consume la mayoría de la gente no lo sabe dominar, sorprende. Mi padre nunca hizo apología de las drogas, defendió la libertad del individuo. No se puede prohibir el uso del coche porque haya posibilidades de tener un accidente, uno tiene derecho a usarlo y asumir ese riesgo. Las drogas son neutras, simples moléculas. Todo depende del uso que se haga de ellas, pero no por eso está justificado que estén prohibidas. Es una hipocresía hablar de salud pública y que a las autoridades les dé igual que se esté envenenando a la gente, porque la prohibición provoca que los consumidores se metan cualquier cosa. Las drogas que se compran en la calle tienen una pureza muy baja.

¿Crees que esta situación forzará a los gobiernos a ser más permisivos?
El balance de la cruzada contra estas sustancias es nefasto: Richard Nixon hablaba de crear un mundo sin drogas y ahora se mueren por miles en Filadelfia y en el resto del país. De hecho, en EEUU ya pasó con la prohibición del alcohol y tuvieron que legalizarlo porque la gente bebía lo que fuese. Creo que pasará lo mismo con el fentanilo. Es como la morfina, pero tiene un margen de seguridad muy corto porque la dosis activa y la mortal están muy cerca. Es peor que el matarratas. Por eso se está planteando la legalización de las drogas, porque se añade fentanilo como adulterante en el hachís o la heroína. Es irónico que los propios traficantes que cortan la droga acaben siendo los que consigan que se legalice. Los adulterantes matan hoy en día más que las drogas con las que se mezclan.

¿La única solución contra el problema del consumo es derogar la prohibición?
No hay otra alternativa. Nunca en la historia fueron ilegales, todo este delirio empezó en el siglo pasado. Al prohibirlas las publicitas, es algo demoníaco. Te llaman la atención. Es como si tus padres te dejan solo en casa un fin de semana y te dicen que lo único que no puedes hacer es mirar debajo de su almohada. En cuanto salgan por la puerta es lo primero que harás. Luego está la hipocresía de las aduanas y los ejércitos, que están pringados hasta arriba. Existe una connivencia con los narcos. En cambio, si derogas la prohibición, todo lo que son ganancias para los narcotraficantes pasarían a ser impuestos. Como no legalicemos el cannabis en España, no podremos pagar las pensiones. Si no se hace, toda esa pasta se la lleva el narco y el policía corrupto, y lo paga el consumidor, que toma cualquier cosa. Durante siglos nunca hubo problemas ni más adicción por ser legales. Si quieres que algo se venda más y sea más caro, prohíbelo. Las drogas son un delito sin víctima. Cuando la policía te coge con alguna droga, te dice que te están protegiendo de ti mismo y que es un delito contra la salud pública, pero cuando alguien comete un delito es porque hay otra parte agraviada. Te castigan en nombre de la sociedad.

Antonio estaba convencido de que su consumo cotidiano y controlado le protegía de gripes y otras dolencias de la vejez, como hacían los árabes.
Te lo dirá cualquier médico, pero mi padre estaba convencido de que el opio alarga la vida. Eso sí, tomando una dosis muy baja, que es lo que no hace nadie. Se debe a una cuestión fisiológica: ralentiza tu metabolismo al bajar un 20% los latidos del corazón y reducir las respiraciones, quita el apetito y aumenta el sueño. También te quita las ganas de tener sexo, que es algo que, al igual que la digestión, desgasta mucho nuestro organismo. Si todo esto lo hubiera dicho en vida, sí que le habría visitado una turba.

Aun así, físicamente sufrió mucho, y nunca llevó bien que el Párkinson empeorara su escritura.
El avance de esta enfermedad es lo que creo que estuvo vinculado con el avance de su muerte. No le recomiendo a nadie que tome opio para largar su vida, pero está claro que a él le ayudó. Las familias de los opiáceos son aconsejables para sobrellevar la senectud, enfrentar los achaques y no perder la euforia. Mi viejo, en sus últimos días, muchas veces me miraba y me decía: ‘¿Es hoy el mejor día de mi vida o será mañana?'.

En el diario insiste mucho en comer poco y despacio, algo que aplicó al consumir drogas. ¿Este precepto es lo que evitó que le mataran?
Escribió mucho contra la gula. La mayoría comerá lo mismo independientemente de lo que haga ese día. Si un día estás en casa tranquilo, no tienes por qué ingerir como si hubieras hecho deporte. Ahora morimos por estar gordos, eso es lo que ha hecho el capitalismo. Antes moríamos de hambre y ahora por exceso de peso. Además, la naturaleza ha sido generosa y hay una droga para cada estado: para bailar, para dormir o para la introspección. Usar una droga para todo, como se hace ahora con el alcohol, no tiene sentido.

Deja claro que eras su ojito derecho: «De todos mis descendientes ninguno de los vivos se le acerca en respeto filial y generosidad». Pero no siempre tuvisteis esta relación. ¿Cómo evolucionó?
Me lo gané a pulso. Siempre fui el más denostado. Me reconoció como su hijo mediante una prueba de paternidad que me hicieron con 8 años y no viví con él hasta los 16. Fui un capricho de mi madre, que se empeñó en que naciera. Luego lo conocí y siempre tuve en la cabeza eso de la búsqueda del padre, la figura que quería tener. Nunca me sentí querido por él hasta que empezamos a trabajar juntos en 2017. Le demostré lo que has subrayado, que le fui fiel y generoso. Era su agente literario, secretario, contable y su bedel y jefe, como me decía en broma. Más que un hijo suyo me considero un amigo del alma, como me definió en Sesenta semanas en el trópico, donde en la dedicatoria también decía que fui el «báculo» de su vejez. Ya que como padre no lo hizo bien, empezamos de cero y lo nombré mi maestro. Es algo de lo que estoy muy contento, de que me formara y educara. En el diario también dejó escrito que quería darme casi el 80% de la herencia, pero evidentemente eso no pasó. Fui el único que le hice ganar dinero. Estaba harto de que la gente le pidiera y no le diera, pero entre nosotros nos entendimos.

Es curioso que el autor de la trilogía de Los enemigos del comercio, sobre la historia del comunismo, fuera tan mal negociante.
Y ya va por la decimonovena edición. Si se admite la paradoja, se podría decir que mi padre era el mayor enemigo del comercio que he conocido (risas). Si eres negociante, eres amigo del dinero, sabes cómo manejarlo y delegas, pero él era incapaz de todo esto. Nunca le interesó ganar dinero porque estaba centrado en estudiar y escribir. Fue muy teórico y poco práctico en lo económico, pero pagó con gusto su independencia. Recuerdo que cuando le propuse vender sus libros a través de Amazon, me respondió: ‘Qué es eso de que vendan por ti, hazlo tú mismo, no seas vago'.

Jorge junto a su padre, Antonio Escohotado.

«He amado siempre la libertad responsable», escribió en una de sus entradas.
Pensar que la libertad es hacer lo que quieres, es falso, es hacer lo que debes. Tan libres somos como responsables. Si crees que eres libre para tomar drogas, pero luego no llevas a tu hija al colegio porque estás colocado… esa es una libertad de mierda. La libertad debe ir unida a la responsabilidad.

Ricardo Colmenero, que publicó Los penúltimos días de Escohotado, confesó que nunca le había interesado tu padre por defender las drogas, pues como muchos gallegos había tenido a gente muy cercana afectada por la adicción. ¿Entiendes que Antonio fuera censurado en los años ochenta y noventa por defender la despenalización de las drogas en plena epidemia de heroína?
Es el único que lo hizo, se enfrentó a todos, y los callaba. Era incómodo, y le ha acompañado un malditísimo desde entonces. Para defender el uso de drogas en un momento en que se muere la juventud hay que estar muy seguro, y él estaba convencido de que se pueden tomar drogas sin ser un yonqui. ‘Ahora mismo voy drogado', le dijo a Risto Mejide en una entrevista. Decía lo que hacía y hacía lo que decía. Creía que se podían tomar con elegancia y moderación, y así lo hacía. ‘Dar ejemplo, no es una manera de influir en los demás, es la única', es una frase de Benjamin Franklin que solía citar.

Escohotado fue censurado durante mucho tiempo, pero las redes sociales le liberaron y sus ideas han trascendido hasta un punto impensable. ¿Eso le alivió?
Era un ser pensante, pero no tenía ni la paciencia ni las ganas para dar me gusta o contestar a la gente que escribe comentarios a los vídeos que subimos al canal de YouTube o al resto de redes. Eso lo aporté yo, en cierta medida, y salvando las distancias. Mi padre no sabía hacer entender su mensaje para toda la población. Antes solo le leían profesores de universidad, pero ahora llega a un fontanero, un estudiante o una ama de casa. Mi gran trabajo ahora será traducirle. Historia general de las drogas, uno de los tratados más importantes sobre este tema en el mundo, no está en inglés porque no se preocupó de ello. Estuvo silenciado hasta que aparecí. El mérito es suyo, pero es importante saber venderse. Todo su legado lo sigo difundiendo con constancia en las redes y editando sus libros en La Embocadura.

Curiosamente, es más conocido entre la juventud, a través de los vídeos que publicas, que para la generación boomer. ¿Por qué conecta tanto con ellos?
Porque están hartos de lo políticamente correcto, de los eufemismos. De que mientan diciendo que no pactarán con Bildu y luego lo hagan. Mi padre muchas veces preguntaba por qué a Vox se les llama extrema derecha y a Podemos no se les denomina de extrema izquierda. Era políticamente incorrecto antes de inventarse el término. Es alguien que fue coherente, que nunca se vendió y que aconsejaba a los jóvenes que usaran el móvil para estudiar. La juventud está necesitada de modelos a seguir, y él lo era. Tanto si eres de izquierdas como de derechas te puede gustar Escota, tiene para todos.

Fue muy crítico contra la izquierda, pero dudo que en Vox haya muchos que defiendan la derogación de la prohibición de las drogas o la libertad individual para consumirlas.
Mi padre abarca a toda la bancada, pero en la izquierda interesa de cuando escribió Historia general de las drogas. Cuando Pablo Iglesias le entrevistó en ‘Otra vuelta de tuerka', quería hablar principalmente sobre sus libros de drogas, pero nos negamos porque él estaba allí para presentar Enemigos del comercio. ‘No estoy de acuerdo con él, pero es un intelectual fascinante', acabó diciendo Iglesias.

¿Te parece contradictorio que muchos de sus seguidores le idolatren de tal manera que incluso sean acríticos con su persona?
Eso no nos gusta y no les damos coba. Deja la egoteca, me decía mi viejo, que un día, entusiasmado, me comentó que había descubierto una nueva palabra: onfaloscopia, o sea, mirarse el ombligo. Estaba en contra de eso. Entiendo que haya gente que lo venere, pero incluso he visto a alguno ponerse de rodillas ante él. Son personas que no han leído bien su obra, se han quedado con una parte. Te pueden gustar muchos los Rolling Stones, pero también tienen alguna canción mala. Lo mismo con Escota. A los acríticos estaría bien preguntarles que apunten en un papel qué han leído, pero te dirán que solo han visto vídeos.

«Para la juventud actual, la que va entre los 15 y los 25 años, el haber pasado por el éxtasis es comparable a lo que fue en mi generación pasar por el LSD», según decía tu padre en una entrevista con Óscar Fontrodona, publicada por Ajoblanco en 1995. ¿Qué droga ha marcado a los jóvenes de ahora? ¿El egocentrismo potenciado por las redes sociales?
La onfaloscopia y las redes sociales, pero ahora se sustituye la excursión psíquica por el metaverso. Me parece que a la gente le interesa menos la droga, porque se van legalizando y pierden interés. A la juventud la veo demasiado mimada, antes costaba más ganarse algo, como unos amigos o una pareja. No tienen esa rebeldía que tuvo la juventud. Hay menos interés por salir del nido.

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