La etóloga británica Jane Goodall, Premio Príncipe de Asturias de Investigación en 2003, ha alertado este martes de los «negativos» efectos de la ganadería intensiva sobre el medio ambiente, la salud humana, la economía rural y el bienestar animal, y ha pedido que España lidere la prohibición de las macrogranjas. En una carta pública difundida por el Instituto Joan Goodall de España, que tiene su sede en Barcelona, la doctora en Etología por la Universidad de Cambridge y doctora «honoris causa» por más de 45 universidades del mundo, ha querido participar en el debate abierto sobre las macrogranjas de animales.
«He leído que hay un debate en España, como en muchos países del mundo, sobre el impacto de la ganadería intensiva. Cuando conocí por primera vez algunos datos sobre la agricultura industrial, a fines de la década de 1960, me quedé en shock», rememora la primatóloga, que en 2015 recibió el Premio Internacional Cataluña. «Yo había crecido en un mundo donde los animales de granja pastaban, retozaban o cacareaban afuera. Entonces miré la carne que había en mi plato y pensé: esto representa miedo, dolor y muerte de cada animal. Así me hice vegetariana y, tras enterarme del cruel confinamiento de las vacas lecheras y las gallinas ponedoras, ahora soy mayoritariamente vegana», confiesa Goodall, que también ha recibido la Legión de Honor de la República de Francia y es Dama del Imperio Británico.
Según la etóloga, el debate sobre las macrogranjas industriales «es oportuno» porque «nos enfrentamos, además de a la pandemia de la COVID, a amenazas gemelas del cambio climático y la pérdida de biodiversidad, y la agricultura intensiva contribuye a ambos problemas». Goodall asegura que la ganadería intensiva implica que «miles de millones de animales de las granjas industriales de todo el mundo deben ser alimentados y grandes extensiones se deforestan para cultivar cereales para pienso, una enorme cantidad de combustibles fósiles se utilizan para transportar el grano a los animales, los animales al matadero y la carne a la mesa, lo que contribuye a mayores emisiones de CO2».
También advierte que «se necesita mucha agua para transformar la proteína vegetal en animal y los animales producen grandes cantidades de metano, un gas de efecto invernadero, durante la digestión». Igualmente denuncia que «los purines almacenados en balsas emiten gases nocivos, incluido el amoníaco, y los vertidos contaminan tierra y agua. Un problema importante en España, uno de los principales productores de carne de cerdo del mundo». Goodall también avisa de las amenazas para la salud humana por «el uso de antibióticos en las granjas industriales, lo que permite que las bacterias desarrollen cada vez más resistencia y muchos antibióticos ya no son útiles para tratar enfermedades humanas». La científica reprocha que «la falta de respeto hacia los animales ha llevado también al tráfico de fauna salvaje: los animales se venden y confinan a menudo en condiciones antihigiénicas en los mercados de vida silvestre donde un patógeno puede saltar de un animal a un humano; si se une a una célula del cuerpo humano, puede producirse una nueva enfermedad zoonótica». «Es casi seguro que la COVID-19 comenzó en un mercado de vida silvestre chino. Pero muchas enfermedades zoonóticas también se originan en granjas industriales donde se hacinan los animales. La salud y la seguridad de quienes trabajan en dichas granjas industriales a menudo se ven afectadas, particularmente para quienes trabajan en mataderos», subraya.
Para Goodall, las macrogranjas de animales también suponen una «amenaza a los medios de subsistencia en las zonas rurales, ya que las grandes granjas industriales desplazan a las pequeñas granjas de ganadería extensiva, y como gran parte de las empresas están automatizadas y compiten para producir alimentos baratos utilizando pocos trabajadores mal pagados, generan menos puestos de trabajo en general». «La ciencia ha demostrado de manera concluyente que vacas, cerdos, aves de corral y los demás animales de granja son seres sensibles, capaces de sentir emociones como desesperación, miedo y dolor», manifiesta la etóloga, que tiene 87 años. Goodall recuerda que España acaba de aprobar una ley que reconoce que los animales domésticos son seres sintientes, y asegura que «esto es cierto también para otros animales, como cerdos, vacas o aves explotadas, o toros todavía torturados en ciertos 'espectáculos' tradicionales».
«Afortunadamente, cada vez hay más científic@s, asociaciones, ciudadan@s y polític@s responsables que advierten sobre los peligros de este tipo de ganadería», escribe Goodall, que sugiere que España asuma «el liderazgo en prohibir las granjas industriales y crear campañas para que la ciudadanía comprenda su impacto negativo en el medio ambiente, la salud humana, la economía y el bienestar de miles de millones de animales sensibles». «Espero que cada vez más polític@s y autoridades de diferentes países se pronuncien contra la ganadería intensiva y el cambio climático. El momento de actuar es ahora», concluye la doctora Goodall.