La erupción en Cumbre Vieja no solo está destruyendo una de las vegas agrícolas más fértiles de Canarias, sino que, además, irrumpió en el corazón ganadero de La Palma, en un puñado de barrios de montaña donde las cabras o las ovejas son algo más que el motor de pequeñas queserías artesanas, son parte de la familia, la expresión de un modo de vida secular.
Cuando la isla comenzó a temblar por los cientos de terremotos que precedieron al volcán, en el Ayuntamiento de El Paso comenzaron a asumir que, otro año más, tendrían que despedirse de su tradicional Feria de Ganado Autóctono, con todo ya preparado en los prados de Las Canales, el llano donde habitualmente tiene lugar esa cita, a las puertas del Parque Nacional de la Caldera de Taburiente.
Solo unas semanas después, del recinto sale un escándalo de balidos, rebuznos, gruñidos y cacareos que, por momentos, se impone a la percusión constante de las explosiones del cono del volcán, que apenas se encuentra unos kilómetros más abajo. Es el «arca de Noé» donde los pequeños ganaderos de Tacande, Las Manchas y otros barrios evacuados por la erupción pusieron a salvo a sus animales.
La mayoría de los vecinos de la «zona cero» del volcán sabían lo que tenían que hacer si finalmente este estallaba, como sucedió; también los ganaderos. Por eso, casi todos fueron llevando a sus cabras, ovejas, gallinas, cochinos, conejos... a Las Canales.
En este momento, son más de 130 los animales puestos allí a resguardo bajo unas lonas de rafia que los protegen del sol y de la lluvia de cenizas y escoria del volcán, que ha teñido de negro miles de hectáreas en la isla, también sus pastos habituales.
«Por suerte, pudimos prever que esto podía suceder y fuimos puerta por puerta por los barrios del municipio avisando de lo que podía pasar. También estábamos en contacto con transportistas, para que en la hora en que llegara la erupción, tuviéramos un margen de tiempo para recoger a los animales y trasladarlos», explica a Efe Gustavo Concepción, concejal de Desarrollo Rural de El Paso.
Pero no todos los vecinos fueron previsores. Algunos no terminaron de creerse que iba a haber una erupción (la última en La Palma fue hace 50 años) o albergaban la esperanza de que no ocurriese cerca de sus barrios, allí donde desde días atrás se concentraba el epicentro de casi todos los seísmos, cada vez más superficiales: el claro aviso de que una fuerza de la naturaleza presionaba bajo el suelo.
«A algunos animales tuvimos que rescatarlos en 'la zona caliente'. No estaban en peligro real todavía, porque quedaban algo más lejos (del punto de erupción, en Cabeza de Vaca), pero sí se encontraban en la zona del volcán. La lava nos dio cierto margen», relata Gustavo Concepción.
Los animales llegaron al ferial nerviosos, no solo por el estrés de las explosiones y de que los sacaran de su espacio habitual de vida. En realidad, muchos llevaban tiempo intranquilos. Era otra señal: por eso, los vulcanólogos habían recomendado a los vecinos de la zona de Cumbre Vieja que estuvieran atentos a su comportamiento, a veces anticipa alertas que luego aparecen en los sismógrafos.
La colada de lava, que emerge de la erupción volcánica de La Palma, alcanzó el mar la pasada medianoche en una zona de acantilados en la costa del municipio de Tazacorte.
En Las Canales, ahora están a salvo y bien cuidados, separados en vallados o jaulas diferentes según la especie y el propietario. No les falta de nada: tienen comida dos veces al día, todo el agua que necesiten y, en el caso de las cabras y ovejas, no falta quien las ordeñe. Si no se ocupa el dueño, sobran voluntarios en el municipio para echar una mano a esos ganaderos con preocupaciones aún mayores, porque algunos han perdido su casa o sus tierras.
Además, el Ayuntamiento no ha parado de recibir donaciones de empresas del sector, muchas de Canarias, pero también de la península, que envían a El Paso forraje, pienso y toda la comida que pueda necesitar desde un conejo hasta una piara de cochinos.
«La actividad ganadera en La Palma es una tradición familiar, mucha gente no solo la tiene como complemento de su economía, sino que también los animales son su vida. Estamos hablando de tradiciones familiares de muchísimos años, de padres a hijos», relata Gustavo Concepción. Y eso no lo va a cambiar un volcán.