Es solo una colilla abandonada en la playa, una toallita desmaquillante tirada por el retrete o una bolsa de plástico que nadie se decide a recoger y que el viento transporta hasta el mar. Estampas conocidas que, aunque se intente concienciar a la sociedad, se suceden diariamente en cualquier lugar del mundo.
La crisis de la COVID-19 ha dejado 227 muertos en Baleares, el confinamiento ha destruido cerca de 20.000 empleos, la economía está al borde de la recesión y paralelamente ha dado a luz a una nueva generación de residuos, la basura de la pandemia.
En Madrid y Cataluña, las dos regiones más afectadas por el coronavirus, solo los residuos del circuito sanitario aumentaron un 300 y 350 %, de Baleares no tenemos datos todavía. Guantes, mascarillas desechables, batas de un solo uso y toallitas desinfectantes que consumimos con la compulsión del miedo, y sin mirar más allá. Todo suma y unidas crean un problema de difícil solución, tanto a nivel local como global.
763 kilos de residuos
Según cifras de un estudio de la Fundación Rezero, cada residente en la Comunitat generaba en 2018 unos 763 kilos de residuos al año. Ahora visualicen una salida a la calle que hayan realizado estos días: la gente andando con su mascarilla obligatoria. ¿Pero cuántas son de tela, es decir, reutilizables, y cuántas desechables? Al final del día, esta protección de un solo uso se convierte en un residuo molesto que hay que tirar a la basura, en el mejor de los casos, porque quién no se ha encontrado ya más de una y de dos mascarillas quirúrgicas ‘olvidadas' en el suelo. Para que nos hagamos una idea del problema, solo Italia estima que necesitará 90 millones de máscaras durante un mes. Y eso solo es el principio.
Pongamos ahora el ejemplo de Mallorca: unos 900.000 residentes, y no estamos contando a la población flotante. Digamos que, con suerte, ‘solo' la mitad de la población usa mascarillas desechables, a una media de dos al día –recordemos que dejan de ser efectivas a partir de las seis horas–. ¿Cuántas mascarillas generamos en un solo mes? 27 millones de mascarillas solo en esta Isla. Si al menos el 1 por ciento de éstas no se eliminan adecuadamente... la cifra es demoledora.
«Estos materiales no solo son un foco de contagio, sino que muchas veces acaban en la naturaleza, ríos y océanos, donde pueden permanecer 450 años hasta que se degraden», afirma Rocío Muñoz, portavoz de la iniciativa ‘Sant Joan residuos cero'. Desgraciadamente se trata de un peligro real, porque dos meses de confinamiento y dos de desescalada han bastado para que las mascarillas ya floten en nuestras aguas. Es la punta del iceberg de un problema que no va a dejar de agravarse en los próximos meses.
«El uso indiscriminado de este tipo de productos tiene una repercusión medioambiental –recuerda Tupa Rangel, responsable del programa ‘Balears Sense Plàstic', de Save the Med Foundation–. Nosotros recomendamos dejarnos de protectores de un solo uso, como los guantes de plástico que hay en todos los supermercados, excepto cuando sea obligatorio, y abogamos por los geles hidroalcohólicos, y en casa usar pastillas de jabón».
Dependencia del plástico
Todas las organizaciones ecologistas coinciden en que el confinamiento ha propiciado una mayor dependencia del plástico. Y eso que los estudios han demostrado, como el del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas (NIAD) de Estados Unidos, que la capacidad de contagio del coronavirus en el aire es de unas tres horas; sobre una superficie de papel o cartón se eleva la persistencia hasta las 12 horas, y sobre una superficie de plástico es de tres días.
«Aunque el consumo de producto local se ha revalorizado estos meses, seguimos utilizando productos de usar y tirar, sin mirar al futuro. Parece que la gente piensa que esos residuos que generamos diariamente desaparecen como por arte de magia. Y no es así, y eso tiene y tendrá un coste medioambiental», lamenta Roser Badia, coordinadora de la Fundación Rezero en las Islas.
En este sentido, desde Balears Sense Plàstic alertan de la tendencia del consumo a demandar productos sobreempaquetados, de rápido consumo o preparación, en porciones individuales y de supuesto largo tiempo de conservación. «Nosotros apostamos por un cambio de comportamiento del consumidor: comprar producto de Km 0 y a granel, confiamos en la proliferación de los grupos de consumo y en volver a los envases retornables, que muchas empresas de la Isla ya están utilizando», indica Tupa Rangel. «Lo importante es que la gente entienda que hay alternativa al plástico, a los productos desechables y a las monodosis», señala Roser Badia, al tiempo que Rocío Juan recuerda que «vivir sin plásticos y reducir los residuos es factible y, en el futuro, una obligación».