La Audiencia Nacional ha decidido dejar en libertad provisional al etarra Alberto Ilundain Iriarte tras juzgarlo del intento de asesinato de un traficante de drogas en Pamplona en septiembre de 1990, unos hechos en los que ha asegurado no haber participado.
Fuentes jurídicas han informado a Efe de la decisión que ha tomado el tribunal tras la celebración de la vista oral, en la que la fiscalía y la acusación particular han mantenido la acusación de un delito de asesinato en grado de tentativa, por el que el ministerio público pide una condena de 18 años de prisión.
Al no tener más causas pendientes, el acusado permanecerá en libertad hasta que se dicte sentencia.
Ilundain ha negado en el juicio haber participado en el crimen y ha alegado que a esa hora se encontraba en clase de euskera en un centro del casco viejo, donde la Policía abortó el ataque.
Además, ha explicado que no formaba parte del comando Amaiur, pero que sí fue quien lo creó al captar en el bar que regentaba a tres clientes, luego planificadores del asesinato.
Esas personas eran Bautista Barandalla, Juan Carlos Pérez y Mikel Castillo, que falleció en el tiroteo con las fuerzas de seguridad, cuyos agentes les interceptaron cuando se encontraban en un Seat 133 propiedad de Ilundain.
El acusado, entregado por Francia tras cumplir condena allí, ha señalado que «de vez en cuando», como integrante de ETA, ejercía de intermediario y ha explicado que prestó en más de una ocasión su vehículo a Barandalla para que hiciese «sus recados por Pamplona».
Ha manifestado que desconocía si los miembros del comando habían planificado el asesinato de Enrique M.B., alias Brillantinas, conocido en la ciudad por el menudeo de drogas.
En su declaración como testigos, Barandalla y Pérez han asegurado por primera vez que si al principio involucraron al acusado fue por una estrategia judicial, ya que Ilundain decidió huir esa mañana cuando su nombre empezó a circular por la radio como sospechoso.
Ya condenados en 1992 por haber participado en los hechos, han coincidido al manifestar que sus declaraciones iniciales fueron bajo tortura por un lado, y por otro que Ilundain «estaba huido -ha dicho Barandalla-, no tenía nada que perder».
Lo han desligado también de haberles ordenado la muerte de Brillantinas, quien motivó «más de una concentración en la puerta de su casa (cercana al bar del acusado) para que dejara de traficar».
«La decisión la tomamos nosotros», ha subrayado Barandalla, en una época en la que «los militantes de ETA no necesitaban órdenes para matar a un narcotraficante».
Por su parte, Pérez ha expuesto que se hallaba en el vehículo solo junto a Barandalla y Castillo a la llegada de los agentes, cada uno escapó por un lado y él se dirigió a su coche, que había aparcado en el casco antiguo.
La profesora de euskera que le tenía matriculado como alumno ha recordado que se extrañó porque Ilundain comenzó a faltar a raíz de los hechos, pues «venía todos los días».
Interesada la acusación en conocer si él asistió a clase el 18 de septiembre, la profesora ha asegurado que sí estuvo. «No pasaba lista, pero al terminar apuntaba quién había venido», ha agregado.
El ambiente después de clase era «inusual», ha relatado. «Vimos carteles que anunciaban que había habido un tiroteo con un muerto». Eran las once y media, momento en el que Ilundain «se marchó sin comentar nada», ha concluido.
La fiscal y la acusación particular han reiterado en sus alegatos finales la petición de cárcel al estimar que el cambio en la versión de Barandalla y Pérez busca exculpar al acusado y no se ajusta a la realidad.
Para la abogada defensora no ha quedado acreditado que Ilundain estuviera «ni en ese lugar ni en esa fecha», por lo que ha reclamado su absolución al considerar que las únicas pruebas son testimonios antiguos hoy rectificados y el uso del vehículo de su cliente.