Rajoy no ha sabido calibrar la habilidad de Puigdemont en el laberinto belga, un país neurótico como pocos, compuesto por flamencos, que tampoco se llevan bien con sus 'hermanos' holandeses, y por francófonos valones, enfrentados entre sí. Tal es la inquina entre ambas comunidades que existe la leyenda (seguramente negra) de que en hoteles de la zona de Flandes si un cliente se dirige al recepcionista en francés, no le contesta. Tiene que hacerlo en inglés o en neerlandés. Aquí ha metido la pinza Puigdemont, perfectamente conocedor del terreno que pisa. Ha sabido convertir su caso en, a priori, un acto de afirmación flamenca, aprovechándose de que el principal partido de esta nacionalidad forma parte del Ejecutivo de coalición belga. Puigdemont mira lejos y desarrolla ahora su estrategia a partir de los errores que pueda cometer el PP. Y los comete.
Veamos: el eurodiputado popular Esteban González Pons ha acusado al N-VA (Nueva Alianza Flamenca), que da su apoyo a Puigdemont, de ser una corriente política que durante la ocupación alemana colaboró con los nazis. Difícilmente pudo ser este partido porque fue fundado en el año 2001. Pero hay algo de cierto (y mucho error político) en las afirmaciones de González Pons. Efectivamente, hubo nazis flamencos que colaboraron con Hitler en puestos de alta responsabilidad, como Mussert y De Klerk. De hecho, y durante unas pocas semanas de 1944, Flandes formó parte del Reich como una provincia más de Alemania cuando las tropas aliadas, desembarcadas en Normandía, estaban a punto de entrar en Bélgica, ya cerca del final de la contienda. Fue un acto desesperado e inútil. Pero aconteció.
Y, sin darse cuenta de sus consecuencias, el superficial Esteban González Pons ha encendió una llama sobre la cual no debería haber puesto jamás su inconsciente cerilla. Los nacionalistas de Flandes literalmente no se tragan con los socialistas valones (ahora en la oposición). Pero hete aquí que ha saltado la sorpresa. El exprimer ministro belga y líder de los socialistas valones, Elio di Rupo, ha afirmado literalmente: «Puigdemont se ha pasado, pero Rajoy se comporta como un franquista autoritario». En apariencia, con su huida a Bruselas, Puigdemont ha conseguido 'unir' a los altivos y derechistas flamencos con el ala izquierda de los valones. Es todo un milagro digno de Juana de Arco. Porque la realidad belga es más profunda, y llena de heridas en su memoria histórica. Aquí pesa más el error de González Pons (el PP) que el acierto de Puigdemont al haber iniciado su martirologio belga.
La acusación de «franquista autoritario» dirigida por la izquierda valona a Rajoy tiene otra honda raíz que va más allá del follón europeo que se ha armado con el encarcelamiento de una decena de líderes catalanes. Y es que Valonia también tuvo un partido nazi. Estaba dirigido por Leon Degrelle, que llegó a fundar una división de la Wermacht, la Wallonien Legion, que participó en la campaña contra la URSS en 1941 (igual que la División Azul franquista).
Degrelle alcanzó el grado de Brigadenfhürer de las SS antes de huir a España en 1945 tras el hundimiento de la Alemania nazi. Fue un protegido (y un mimado) de Franco, que se negó a extraditarlo con hábiles artimañas. Es más, Degrelle tuvo apoyo económico y político de la Falange. A finales de 1945 Degrelle fue juzgado 'in absentia' en la Bélgica liberada y condenado a muerte. Pero en realidad vivió tranquilamente en España hasta que falleció con casi noventa años en 1994 en Málaga, después de haber escrito numerosos libros y haber gozado de la amistad de exaltados miembros del Régimen franquista, entre ellos Blas Piñar. Falleció cuando Felipe González y el PSOE ya llevaban más de diez años en el poder. En los años treinta Degrelle había dirigido en Valonia el partido rexista (extrema derecha: Cristus Rex).
La izquierda valona jamás lo ha olvidado. O al menos eso es lo que explicaría su actual comportamiento y su obsesión antifranquista. Por eso tildar a Rajoy de 'franquista autoritario' tiene un 'intríngulis' que va mucho más lejos de la repercusión internacional de los porrazos del 1-O. González Pons ha pecado de ingenuo desenterrando el pasado en el asunto Puigdemont. Una actitud pueril que va en contra de la línea del PP, muy reacio a reactivar cuestiones de memoria histórica. Y tanto error son constantes balones de oxígeno para Puigdemont o para la causa de los independentistas catalanes.
Puigdemont sabe utilizar las torpezas del PP para ganar adeptos internacionales a su causa. Bélgica es un laberinto político y social. Es el lugar idóneo, aparte de la resonancia que supone que Bruselas sea capital europea, para intentar darle un barniz de neofranquismo a la actitud de Rajoy y de su fiscal general en el conflicto catalán. La incógnita es si el PP sabrá neutralizar esta batalla propagandística. De momento se equivoca. Tratar de sacar antecedentes nazis en los actuales nacionalistas flamencos es actuar de pirómanos barateros.
González Pons debería ser mucho más frío y listo a la hora de hablar o provocará que fuera de España se identifique a Rajoy con la herencia franquista, por muy exagerado que sea.
Y es que, en el fondo, lo único que le queda a Puigdemont son las exageraciones del PP, de su desproporcionalidad a la hora de abrir la boca y de soltar la primera neura que les viene a la cabeza cada vez que les ponen un micrófono delante. La exageración y la desproporción (también en el ámbito del fiscal general) es falta de capacidad de análisis político, es carencia de habilidad a la hora de utilizar el bisturí de los asuntos públicos. De eso vive Puigdemont, que va ganando tímidamente apoyos.