Muy pocos podrán olvidar el 11 de marzo de 2004. Quizá el paso del tiempo nos haga perder imágenes de nuestra memoria. Pero no será lo mismo para las víctimas. «Lo que viví el día 11 y el 12 de marzo no fue una vivencia más», confiesa Víctor, uno de los taxistas de Madrid que ayudó con el traslado de heridos. «Es algo que no se me olvidará en la vida», sentencia. Ya ha pasado un año de aquello, pero muchos de quienes lo vivieron directamente todavía son incapaces de subir a un tren o hablar con normalidad de lo que sucedió.
En el caso de los más pequeños, los niños, las crudas imágenes que vieron hace ya doce meses permanecen en sus retinas. Isabel Vega estaba en el tren que explotó en Santa Eugenia. Desde aquella explosión no ha vuelto a lugares «con demasiada gente o con mucho ruido» y su carácter se ha vuelto, como ella misma reconoce, «más susceptible e irritable». Gerardo no puede ni ir a misa y montar en tren le es totalmente imposible porque le entran ganas de vomitar. La vida ha cambiado para las víctimas. Lorin Ciuhat, rumano, asegura que «la posibilidad de poder escuchar música, la naturaleza, el canto de los pájaros, se me ha quitado».
«La experiencia fue muy dura porque la vivimos directamente», asegura Fernando Fernández, encargado de un establecimiento de frutos secos en las inmediaciones de la calle Téllez, donde estalló otra de las bombas. La mañana del 11 de marzo, según relata, fue terrible, pero la tarde aún peor. «Las ambulancias se volvieron coches fúnebres», recuerda. Àngel Llanos, otro comerciante de la zona, confiesa que llegó a entrar en el tren que estalló. «Pero me tuve que salir porque aquello era horroroso», añade.
Víctor San José es taxista. El 11 no le tocaba trabajar, pero cuando recibió noticia de las explosiones, se subió a su taxi. «Lo que viví no fue una vivencia más, y la noche del 12, cuando llegué a casa después de pasarme todo el día llevando a familiares por hospitales y al Ifema, estaba un pozo del que luego el día a día me ha ido sacando», explica.
Ciudadanos en general, taxistas, conductores de autobús, policías, bomberos. Todos pusieron su granito de arena aquel día para superar una tragedia de enormes dimensiones. El inspector jefe de Extinción de Incendios de los Bomberos de la Comunidad de Madrid, Fernando Munilla, terminaba su turno de guardia en la mañana del 11-M. Había sido una noche tranquila. Y entonces se desató el infierno. «Utilizamos hasta bancos como camillas para evacuar a los heridos en el menor tiempo posible», explica.Los niños son un grupo muy sensible con esta cuestión. Según un estudio realizado por un equipo multidisciplinar de profesores de cuatro universidades españolas con unos 600 críos, los más pequeños no han sido capaces de olvidar las escenas que vieron por televisión de los atentados. Tres de cada cuatro sigue rememorándolas intensamente.