ANTONIO DEL REY-MADRID
En la mesa del presidente del Congreso hay una campanilla para
llamar al orden que suena en contadas ocasiones; Manuel Marín la
utilizó a las once y un minuto para abrir la sesión de investidura
de Zapatero, cuyo discurso fue seguido con atención y sin
sobresaltos.
Tal vez contagiados por el talante de «cambio tranquilo» prometido por el candidato socialista, los diputados siguieron su alocución en un respetuoso silencio, solamente interrumpido por ocasionales ovaciones desde los escaños del PSOE y por una protesta desde las filas del PP cuando defendió el «talento» de los cineastas, a los que Zapatero prometió apoyar.
El secretario general del PSOE empleó un tono muy sosegado para exponer su programa, a lo largo de poco más de una hora, dirigiéndose a un lado y a otro del hemiciclo, bajo la impertérrita mirada del presidente del Gobierno en funciones, José María Aznar, quien apenas cambió la expresión de su rostro durante ese tiempo.
En la tribuna de autoridades había muchos sitios vacíos, y tampoco estaba llena la zona de invitados, donde se situó la familia del candidato socialista a la Presidencia del Gobierno.