La mar arbolada del Atlántico, el fuerte viento y la lluvia intermitente recibieron en Touriñan al grupo de 50 voluntarios mallorquines que habían sido destinados a esa zona, los primeros en pisarla después del hundimiento del 'Prestige'. Asombrados vieron como una espesa mancha de color bailaba sobre las olas hasta saltar sobre las rocas y dejarlas teñidas de muerte. Ése era el reto. Nada que ver con la experiencia del día anterior. Pero esa amenazante propuesta no arrugó a nadie, al contrario, pues no hubo tregua entre la llegada del autocar y el ataque a la carroña que impregnaba las piedras y contaminaba el aire.
En seguida, los cuerpos se encorvaron sobre la peste, y el blanco de los monos pasó rápidamente al olvido. Otra vez las manos enguantadas como herramienta esencial, y un valor a toda prueba en el tenebroso escenario del infierno de Finisterre que amenzaba llevárselos a todos con la zarpa de la mortal ola, que al estrellarse sobre las rocas levantaba montañas de espuma que eran tragadas de nuevo por la gran resaca, que no era sino el impulso para volver a arremeter de nuevo y sin descanso contra los que, sin medios y con afán solidario, seguían indiferentes con su agotadora labor de llenar capazos y más capazos de esa mugre vertida desde el barco del horror.
Pero la lucha de ayer no se podía resolver sin pagar un precio, que no fue mayor porque imperaba la prudencia y la cordura. Tania, una coruñesa que vive desde hace un año y medio en Mallorca fue la primera «víctima». Nada grave. «La bota se me ha quedado enganchada, y cuando he querido sacarla del chapapote me he caído», dice. Las consecuencias: el mono completamente embadurnado y los ojos irritados. En seguida es atendida por María del Carmen, quien le echa un líquido en los ojos.
Inmediatamente aparece Milagros, una joven palmesana que ha sufrido un leve mareo por las inhalaciones del gas que desprende aquella cosa que se mece con las olas y que reposa sobre las rocas. Un poco de descanso para las dos, y vuelta al trabajo, porque así lo quieren ellas, aunque la primera lo pagó luego con un nuevo mareo que supuso su evacuación del lugar en uno de los coches de Protección Civil.
Micaela, de Felanitx, que lleva un piercing en la nariz, no sufre mareo ni está herida, pero sí constipada y viene para que le suenen la nariz. La operación no acaba con mucho éxito, porque la joven está muy, pero muy constipada y su «vertido» escapa de las latitudes del pañuelo de papel que maneja otra voluntaria con las manos limpias.