Sostiene que si la delegación del Gobierno fuera un buque el delegado sería el capitán y el secretario general el jefe de máquinas al que nadie conoce. Pero que es igual de importante. O más. Y Ramón Morey (Palma, 1959) ha ostentado ambos cargos, así que podríamos considerarlo una suerte de almirante. Ahora, tras una vida dedicada al servicio público, se jubila con honores: «Es una liberación, pero también hay algo de nostalgia».
La entrevista con Ultima Hora es el viernes a las diez y media de la mañana y Ramón, como buen caballero de la vieja escuela, llega cinco minutos antes. «¿Qué cómo me encuentro? Pues la verdad que no añoro nada los líos. Lo que sí echo en falta es a la gente, tenía una gran afinidad con el personal de la Delegación».
Antes, en sus tiempos mozos, estudió Derecho en Palma y sacó las oposiciones para inspector de Trabajo. Estuvo destinado en Bilbao («que es mi segunda casa porque mi madre era de allí») y en Barcelona, y al final volvió a Mallorca. Su estancia en el edificio de la calle Constitució se divide en dos fases: la primera, como secretario general, de 1999 a 2003, cuando el delegado era su amigo Ramón Socías. Y tenían un asesor de lujo: Elicio Ámez, exjefe superior de Policía. En 2004 también fue regidor en la oposición en el Ajuntament de Palma, con Catalina Cirer al frente de Cort.
La segunda fase llegó a finales de junio de 2019, cuando fue delegado del Gobierno «durante siete meses y medio larguísimos», bromea. Nada más dejar el cargo a la también socialista Aina Calvo empezó la pandemia: «No es que sea gafe, pero fue así». Su época como máximo dirigente de Madrid en las Islas le dejó un sabor agridulce: «No me gustaba ser el delegado del Gobierno, la primera línea no me va, esa es la verdad. Es por mi carácter. Es verdad que fue una etapa muy interesante, pero me conocían por la calle porque salía mucho en los periódicos. Incluso me paraban y me comentaban alguna cuestión. Això no era per jo!». Así pues, cuando tuvo que volver a su anterior cargo de secretario general «no fue en absoluto traumático».
Durante sus años en la Delegación, ha estrechado lazos con policías nacionales, guardias civiles, juces y fiscales. De hecho, tiene grandes amigos: «No quiero olvidarme de nadie, porque sería muy feo, pero soy muy amigo de Gonzalo Espino, exjefe superior de Policía; Elicio Ámez, que también ostentó ese cargo; el actual jefe, José Luis Santafé; el coronel jefe de la Guardia Civil, Alejandro Hernández; el coronel Jaume Barceló; el comandante Tolo del Amor; el fiscal Tomeu Barceló y el juez José Castro».
En 2016, en plena investigación del ‘caso Cursach’, los despropósitos del fiscal Miguel Ángel Subirán y el Grupo de Blanqueo de la Policía Nacional le provocaron uno de sus peores momentos: «Un policía local imputado nos acusó a varias personas muy conocidas de visitar ciertos locales. Por supuesto, no había estado en mi vida allí, pero aquello se dejó en el sumario, para hacer daño. No llegó a ningún sitio, no tuvo recorrido, pero nunca lo he pasado tan mal. Yo creo que iban a por el juez Castro y nos salpicó al resto. Lo único que era verdad es que éramos amigos y nos veíamos en comidas periódicas, el resto se lo inventaron».
En su opinión, durante la instrucción del caso «faltó mucho sentido común. Decían unas tonterías enormes, que todo el mundo sabía que eran falsas, pero seguían y seguían».
Los engranajes de la administración pública son su fuerte, así que cuando le preguntan qué se puede mejorar responde tajante: «El principal problema es la falta de personal. Ahora hay oferta de empleo, pero con la jubilación de la generación del ‘baby boom’ se van muchísimos funcionarios del Estado y la plantilla no se incrementa».
Apunta que «falta una compensación para que vengan a Balears. Algunos de los que han ganado su plaza renuncian porque tienen que destinar la totalidad de su sueldo al pago del alquiler de la vivienda. Esto no puede ser. Faltan pluses por la insularidad, porque no es lo mismo vivir en Mallorca que en Ourense, y también que las oposiciones sean territoriales».
Ahora, tras cuatro décadas de vida laboral, llega a la jubilación en un estado espléndido: «Estaré con la familia y viajaré mucho, pero no tomaré decisiones serias. ¿Qué más puedo pedir?».