«Siento que he perdido un año, mi aparato reproductor no sabe de bajas ni de máquinas rotas», explica Esther, pseudónimo de una paciente de la unidad de Reproducción Asistida de Son Espases. En 2022, Esther y su pareja fueron derivados, a través de su cardióloga, al programa de reproducción del Servicio de Ginecología y Obstetricia. Ellos forman parte de los pacientes incluidos por riesgos genéticos, los cuales deben recibir un diagnóstico genético preimplantacional para asegurar una descendencia libre de la enfermedad genética. Sin embargo, tras tres años, no han conseguido llegar al «final» del tratamiento, cuenta refiriéndose a la transferencia de los embriones sanos.
«Primero terminó el contrato con el laboratorio externo, después la máquina se rompe, y ahora que la han sustituido, nos hacen esperar 2 o 3 meses más para continuar con el proceso debido a las bajas y al periodo vacacional del personal», explica la pareja afectada. Esther lamenta que ha sufrido dos interrupciones en el proceso y no ha recibido ninguna alternativa por parte del hospital, «ni siquiera apoyo psicológico», añade. «Estábamos atados de pies y manos a una máquina rota», cuenta la usuaria de Son Espases. La afectada explica que vive con ansiedad pendiente del móvil por si recibe una llamada con noticias o concediéndole una cita, la cual, lleva esperando desde que se averió el microinyector.
No solo los fallos técnicos son motivo de su queja, la paciente describe que el trato por parte de los sanitarios es «descoordinado y predomina la falta de humanidad, a excepción de la Jefa de Servicio». Según su experiencia, percibe falta de comunicación entre los miembros de la unidad, ya que, recibe respuestas diferentes a las mismas preguntas. A esto, se suma la presión que siente por el paso del tiempo, ya no solo por su edad, 35 años, sino porque en cuestión de genética, «cada día cuenta».
Por su parte, Bea y su pareja, pacientes que también prefieren conservar su anonimato, confiesan que su procedimiento «va igual de despacio». «Entendemos que los recursos no dependen de ellos -el equipo sanitario-, y que es un hospital muy grande, pero sentimos que siempre hay que ir un paso por delante», explican las afectadas, quienes se enteraron de la avería del microinyector a través de la prensa. Además, añaden que a cada cita van «totalmente a ciegas» y se encuentran con que «los servicios y recursos son insuficientes».
Asimismo, la pareja denuncia «comentarios fuera de lugar». «Llegaron a cuestionar si éramos hermanas», comenta Bea. La joven, tras someterse a una punción ovárica, confiesa la frialdad que sintió en el momento, en el cual no se permite la presencia de la pareja en el servicio de reanimación, aunque esta sea participe en el proceso como paciente. «Es un procedimiento deshumanizado, te ves sola ante la desolación del quirófano», reconoce. Ambas parejas aseguran que el tratamiento les ha paralizado la vida y se siente «desesperanzadas».