Margalida Ramis (Sa Pobla, 1976) encara esta conversación tras salir de una entrevista con un periodista extranjero. Se la ve exhausta porque no era la primera que daba en la misma mañana. La masiva manifestación del pasado 25 de mayo en Palma por una vivienda digna y contra la masificación turística ha revivido el interés por el activismo, y las reflexiones de la presidenta del GOB Mallorca son muy respetadas. Aquí y fuera de Baleares. Incluso personas destacadas del sector empresarial lo creen así. Durante la charla, la incombustible activista se va animando y no rehúye de hacer autocrítica, además de tocar temas más profundos que la actualidad mediática impiden tratar.
«El debate sobre si la llegada de visitantes ha tocado techo ha devuelto el protagonismo al GOB». Podría ser parte de la entradilla de esta entrevista, pero lo es de una de 2017. ¿Estamos en el día de la marmota o realmente ahora ha cambiado algo?
(Ríe). La verdad es que ha empeorado. Ese año fue un punto de inflexión porque era la primera vez que la sociedad salió a la calle y cuestionó la dependencia turística. La movilización contra la masificación turística nació de otras entidades, como Tot Inclòs y sus monográficos, pero no del GOB. El debate empezó a ser incipiente y hubo varios aspectos que provocaron cierta tensión social, como la visibilización de las kellys y la irrupción de Airbnb, que provocó los primeros desahucios por alquileres vacacionales. Todo esto explotó aquí, pero también en Barcelona y Venecia, aunque hacia 2018 se volvió a calmar. Al año siguiente volvimos a estar a tope hasta que la pandemia lo paró todo en seco. Tras la COVID, el tema del turismo volvió a la centralidad del debate, pero enfocado más en su reconversión y el cuestionamiento de la dependencia. Fueron ocho años de Pacte con gestos, sin entrar en la cuestión de fondo, como la limitación de cruceros o la ley turística que no tocaba el modelo económico.
Ahora ya no hay ningún rincón de Mallorca con precios razonables, tampoco en municipios nada turísticos como Inca
Pero este año, con la emergencia habitacional, se ha producido una manifestación masiva nunca antes vista.
En mayo vimos la presión y la cuestión de la vivienda es la que ha hecho explotar el tema. En 2017 ya empezó a generar problemas, pero podías encontrar una alternativa fuera de Palma. Ahora ya no hay ningún rincón de Mallorca con precios razonables, tampoco en municipios nada turísticos como Inca. En este sentido, Canarias nos hizo de espejo. Nos preguntaban si podíamos hacer una manifestación en paralelo a la suya y lo veíamos imposible, pero su ejemplo sirvió para replicarla aquí. Allí están mucho peor que nosotros, pero vamos hacia ese escenario, con un modelo que precariza aún más las condiciones vitales y presiona más a las personas.
«Solo habla de decrecimiento turístico quien tiene un sueldo seguro a final de mes», dijo recientemente la presidenta del Govern, Marga Prohens. El hartazgo es tan grande que esta frase, verídica hace unos años, ya ha traspasado esa casilla. ¿Crees que ese malestar se desbordará?
No tenemos al sector trabajador de la hostelería y los servicios complementarios como aliado. A la plataforma ‘Més turisme, més vida' ya se acercan sanitarios y docentes por las dificultades que sufren derivadas del modelo, como la falta de vivienda o cómo repercute la masificación en los hospitales; aun así, no tenemos a los empleados turísticos de nuestra parte porque poner límites y hablar de decrecimiento genera miedo. Lo vimos con la pandemia, cuando perdimos a las kellys por el camino. Necesitaban trabajar. Debe de haber alianzas con los sindicatos y con los autónomos. No les interpelamos para nada con nuestro discurso porque se preguntan ¿de qué trabajaré? Relacionar decrecimiento con pérdida de puestos de trabajo provoca miedo y eso refuerza a la extrema derecha. Me preocupa mucho y estamos trabajando para abordar esta cuestión.
No estamos ofreciendo una alternativa real e inmediata al problema del turismo
Para que el mantra ‘Vivimos del turismo' se haya resquebrajado, se está llegando a una situación límite como la actual. ¿El ecologismo ha fallado a la hora de advertir sobre este escenario más allá de las clases medias más activas en política?
Es nuestra asignatura pendiente. Ha habido una transición de ese ‘Vivimos del turismo' al ‘Malvivimos del turismo' para acabar siendo conscientes de que ‘El turismo vive de nosotros'. El problema es que no estamos ofreciendo una alternativa real e inmediata, aunque eso no quiere decir que no exista. Tenemos que proyectar una Mallorca del futuro para hacer frente a las crisis climática, económica y alimentaria. Siempre recuerdo cuando Ernest Cañada nos preguntaba, en plena pandemia, ¿cómo interpeláis los ecologistas a las compañeras de los hoteles que estaban con vosotras hace unos años y que ahora se quedan sin trabajo? No podemos decirles que haremos una transición ecosocial (ríe). Hay que dar una alternativa para hoy, pero no somos capaces de interpelar con un horizonte de futuro.
No hay puentes entre el GOB y esas personas ajenas a un discurso vinculado con una clase acomodada o que, pese a ser precaria, culturalmente comparte una sensibilidad ecologista.
Es una realidad. Ha faltado una mirada social desde los inicios del ecologismo, pero se ha ido incorporando en los últimos años. En la junta directiva del GOB ahora tenemos a la mexicana Marusia López, que nos ayuda a incluir la mirada de las mujeres migrantes, por ejemplo. Del mundo sindical contamos con Aurora Jardhi. Es cierto que tenemos una base social que dispone de unos mínimos garantizados y que ve la protección de los espacios naturales como lo más importante. El ecologismo más clásico, vaya. Pero el mundo de ahora es mucho más complejo. El problema de la vivienda afecta a la gente de derechas y de izquierdas, y eso aglutina. Todos, con nuestras sensibilidades, criticamos el mismo monstruo.
El problema de la vivienda afecta a la gente de derechas y de izquierdas, y eso aglutina
Los resultados de las elecciones europeas han castigado la agenda verde porque esas medidas están siendo elitistas. Están castigando a la clase trabajadora con más impuestos mientras a las grandes empresas no se les exige lo mismo. ¿Cómo lo abordáis?
De ahí surgió el movimiento de los chalecos amarillos en Francia. Cualquier discurso se puede pervertir para posicionarse sobre alguien que está todavía peor que tú. Lo veo peligroso. Vemos la necesidad de cambiar hacia un postcapitalismo. ¿Cómo pensamos ciudades fuera de las lógicas de la producción capitalista? Allí es donde tenemos recorrido, mediante los imaginarios ecosociales; un futuro donde la producción deje de atender a las necesidades de acumular riqueza y se centren en lo que se requiere para vivir en un territorio concreto. Yayo Herrero o Luis González Reyes hablan de reparto de riqueza y de decrecimiento. El escenario futuro es uno en el que se contraerá la disponibilidad de recursos porque son finitos. Ante eso, o se reparten con justicia social, o habrá violencia para que algunos saquen más tajada. Europa no está asumiendo ese reto y se está garantizando un papel dentro de esos mínimos cada vez más escasos. El mundo no siempre se ha organizado como ahora y no podemos ver coartado nuestro imaginario por esa idea. El modelo económico y social de las últimas décadas está colapsando de manera muy lenta y violenta, y tenderá a hacerlo con más virulencia. Lo que me da esperanza para continuar ante este panorama desolador son los proyectos locales y concretos.
Eso de poscapitalismo a muchos lectores les sonará inimaginable e incluso ingenuo, aunque es algo que experimentamos cada día. Nicolás Sartorius lo resume así: «Todo lo que sea gratuito, todos los servicios que no tienes que pagar, como es la sanidad, por ejemplo, o la educación pública, son elementos que van contra la lógica del capital». Una biblioteca, dice, es poscapitalista, pero ¿es posible extenderlo al turismo?
En ese debate estamos y tenemos mucho trabajo. Hay que disputar que hay otras maneras de hacer las cosas; no me quiero resignar a pensar que no se puede. Un turismo poscapitalista no debe responder a las lógicas de la sociedad de consumo. Ahora tenemos unas vidas cada vez más invivibles de las que buscamos alienarnos yéndonos de vacaciones, como dice Anna Pacheco. Nos han vendido que irnos de viaje resuelve los problemas, pero solo te aliena por un tiempo. Debemos cuestionarnos por qué queremos irnos para sentirnos mejor. No hay que individualizarlo y sentirse culpable, hay que colectivizar ese malestar, porque viene de algo estructural, de que te cuesta llegar a fin de mes. Hay que politizar el malestar para darle una explicación, entender que algunos se aprovechan y hacen negocio de eso y dar soluciones colectivas.
Nos han vendido que irnos de viaje resuelve los problemas, pero solo te aliena por un tiempo
Subir sueldos y garantizar más tiempo a los trabajadores reduciría ese malestar, pero ponme un ejemplo de turismo comunitario.
Ernest Cañada siempre habla de un hotel de Brasil en el que se desarrolla un turismo para trabajadores, al margen del consumismo y que fomenta espacios de encuentro, de ocio, de terapias y de reflexión. Es un punto de descanso para luego poder volver a trabajar. Hay muchas utopías posibles, aunque todo parezca que solo puede haber distopías. Las soluciones comunitarias organizadas para la cotidianidad son las más funcionales.
Me pongo en la piel de muchos lectores que pueden pensar que esta conversación que estamos teniendo les parezca una chorrada. Aun así, estoy convencido de que esas mismas personas son conscientes de que hay que mejorar nuestro modelo de organización social, pero eso requiere de una autocrítica que nos pone contra el espejo porque cuestiona cómo vivimos.
Si no partimos de la autocrítica para analizar y cuestionar el porqué, es difícil cambiar las cosas. Si vamos a lo cotidiano, ¿cómo resuelvo el cuidar a mis hijos o el transporte? Una opción es pagando, está claro, pero puedo probar la opción comunitaria. En Sineu tenemos una despensa comunitaria en la que ensayamos una economía compartida. Quizás ese lector que dices piense que organizar las cosas de otras maneras es de iluso, pero le diré que el iluso es él por pensar que sus hijos podrán seguir viviendo como hasta ahora. No hay que convencer a nadie, no hay que perder esa energía, hay que ir creando espacios y haciendo camino a tu manera, para que cuando ciertas cosas fallen, haya una alternativa existente.
Sin una presión que venga de abajo, los partidos no avanzan
Centrándonos en Baleares, los partidos de izquierdas no generan ninguna confianza ni ilusión tras haber pasado ocho años en el Govern. ¿Las exigencias para un cambio de modelo turístico se deben vehicular a través de un movimiento apartidista?
Sin una presión que venga de abajo, los partidos no avanzan. Ninguno ha sido capaz de materializar cambios de calado. Las instituciones, una vez dentro, te engullen y dificultan lo que querías hacer cuando estabas fuera. Se necesita una fuerza externa que sirva de faro y presione. En Baleares, además, siempre ha habido pactos débiles, incapaces de implantar medidas profundas. No tener un plan B para el turismo es no tener una alternativa económica en Baleares. Acabas haciendo gestos y poniendo parches mientras la hemorragia no cesa. Por eso, blindar los derechos más esenciales es lo que tendrían que hacer, contener las inercias, y eso debes de tenerlo muy claro. El PSOE y Més, desde las consellerias de Turisme y Model Econòmic, podrían haber puesto límites al sector, pero decidieron buscar complicidades con los empresarios. La única persona que he conocido con vocación de servicio era el funcionario Alfredo Barón; tenía muy claro qué era el interés público y le daba igual quién tuviera por encima. Tenía un concepto de función pública para facilitar y garantizar un servicio público. Eso no es fácil de encontrar.
El posicionamiento que ha tomado el PP es muy hábil porque consiguen posicionarse a nivel de titulares en prensa
¿El cambio discursivo del PP permitirá que la izquierda tengan menos complejos, en caso de volver a gobernar, para aplicar medidas más contundentes o simplemente venden humo?
Si el PP no hubiera hecho este cambio discursivo, el Gobierno no habría paralizado temporalmente el proyecto de ampliación del puerto de Palma. Estoy segura de que hubo llamadas del PSIB a Madrid. El posicionamiento comunicativo que ha tomado el PP es muy hábil porque consiguen posicionarse a nivel de titulares en prensa. ¿Tú no te atreves?, pues yo lo haré, les dicen a los partidos de izquierdas, aunque todos sabemos que no lo harán. Solo actuarán con el alquiler ilegal porque les conviene a sus amigos hoteleros. A Prohens le puede pasar que, al haber dado este paso adelante, acabe recibiendo por todas las contradicciones que irá acumulando. En su discurso de investidura hablaba de que no establecería ningún límite, pero ahora ha hecho un giro que descoloca a la izquierda porque los mantras de toda la vida ya no le sirven. Tendrán que sacar punta a las incoherencias, pero eso no pasa tanta factura política. Prohens se está quedando con los titulares y lo está haciendo bien.
El colapso político, social y ecológico se está produciendo, y ya hay indicios, pero ocurre tan despacio que lo vamos asimilando. «El colapso será muy aburrido», afirma el economista Isidoro López, porque no será al estilo hollywoodiense. ¿Eso da margen para actuar o, todo lo contrario, sin sufrir impactos más duros, como la pandemia, es más difícil reaccionar y planificar?
Será lento y no vendrá todo de golpe. Eso será así aquí, pero en otros países, no. Aun así, habrá crisis fuertes, como la pandemia, o fenómenos que te inunden la pista del aeropuerto, o que los supermercados se queden desatendidos. Tendremos crisis sucesivas. La emergencia de la vivienda también se puede incluir en esa crisis sistémica multidimensional. Antes había unas reglas del juego que permitían hacer proyecciones, pero ahora reina una incertidumbre por todos lados que genera un marco con bombas que te pueden explotar por todas partes. Mientras el sistema va dejando de poder prever y adelantarse, van saliendo estas crisis. Nuestra mirada planificadora es que se asuma que todo esto pasará, pero desde la política no se está haciendo. Recuperaremos la normalidad, se dicen a sí mismos. Lo que hacemos es cuestionar esa falsa normalidad y pedimos pensar cómo ser más resilientes para fortalecer una comunidad que resuelva las cosas cotidianas en el marco de estas crisis y de violencia estructural. Si resolvemos las cosas desde la individualidad, la perspectiva futura será muy peligrosa. Por eso me aferro a los espacios pequeños colectivos.