La actitud del president del Parlament, Gabriel Le Senne, el enojo, la ira, la agresividad que terminó mostrando contra la vicepresidenta socialista, Mercedes Garrido, no son una muestra de autoridad ni de dominio de sí mismo, sino de todo lo contrario. «Perdí los estribos», dijo ayer. Perdió mucho más. Perdió, para empezar, la autoridad. Perdió la dignidad al arrancar una imagen, hacer una bola y arrojarla lejos de sí, como si aquella simple fotocopia tuviera una especie de virus, una bacteria contagiosa a la que hay lanzar lejos por si acaso es letal.
Fue una actuación impropia de un president que, en este año que lleva al frente del Parlament, no había mostrado esa ira que le dominó el martes, más bien todo lo contrario. Perdió los papeles; fue una demostración de debilidad y un gesto de alguien que se siente inseguro en su puesto y que no sabe contener la presión que le llega. Llegó desde Vox y el PP, que le pedían que actuara, y le llegó de su compañera de Mesa, en un desafío claro a su autoridad.
Lo paradójico del caso es que ese gesto de debilidad le hace grande ante los suyos. Hace apenas unos meses, parte de su grupo trató de apearle del puesto por blando y se salvó gracias –en parte– a que la oposición le ayudó. Esos partidos que le ayudaron a aguantar son ahora los que piden su cabeza, pero el Gabriel Le Senne del martes, el que rasgó la imagen de Aurora Picornell, es el mismo Gabriel Le Senne de hace unos meses, el que se plantó ante el intento de golpe de Estado de los suyos.
Es el mismo líder obediente y sometido a las órdenes que le llegan de Bambú. Él no ha cambiado, seguirá cumpliendo órdenes y seguirá siendo obediente. Lo que ha cambiado es la mirada de los demás, de quienes le observaban hasta hace unos días con compasión y de quienes le miraban con recelo. Entre los suyos, su figura se ha agigantado. ¿Ha nacido un líder? Quién sabe si también un candidato para 2027.