El conflicto enrevesado que se ha creado en el Parlament Balear, donde nadie sabe quién es el titular del mensaje de ocho diputados, tiene una solución. Yo diría incluso que una única solución, la mejor, la democrática, la sana, la imprescindible.
En una democracia es inaceptable que sigan en sus puestos, representándonos, políticos que han olvidado su función, sus ideas, sus principios y, como nos resulta evidente, sólo están pensando en cómo seguir cobrando sus nóminas, ocupando sus sillas, disfrutando de sus privilegios. No han tenido la menor intención de, al menos, disimular la naturaleza mundana de su confrontación. Por eso, la solución es urgente: convocar a los votantes, en cuatro meses, cuando es legalmente posible, para que se pronuncien. Elecciones.
Pero eso no ocurrirá. Marga Prohens no es una política con convicciones democráticas como para acudir a los verdaderos dueños de este circo, los ciudadanos, para que se pronuncien. Ni siquiera pudiendo imaginar el resultado electoral, que sería muy favorable al Partido Popular, que es el que menos desastres está protagonizando a día de hoy.
Pero convocar a las urnas exige una actitud transparente en la democracia, exige ser capaz de arriesgar el cargo en aras de la verdad. Yo no creo que esto vaya a ocurrir. Hay indicios: cuando el Govern dice que este es un problema interno de Vox, de alguna manera está negando que este sea, como es, una vergüenza de nuestro Parlament. Y eso nos anticipa qué hará: toda clase de trucos para ver cómo salva la situación sin convocar a los votantes.
Habría antecedentes para una convocatoria electoral. Incluso antecedentes en los que el convocante salió premiado. Cuando los socialistas organizaron con Ciudadanos una crisis en el Gobierno de Madrid, en paralelo con la misma maniobra en Murcia, Isabel Díaz Ayuso nos despertó una mañana con la disolución de la Asamblea y la cita con las urnas.
«Ay! ¿Y si pierde?», reaccionaron los timoratos. Si pierde daría igual, ha hecho lo que hace un demócrata ante la vergüenza de ‘comprar' las mayorías. Pero no perdió. Incluso ganó con más poder que nunca, porque la decisión de ir a las urnas tiene capacidad en sí misma de hablar: significa que Ayuso confía en los ciudadanos, trasmite la idea de que tiene seguridad en su mensaje, que cree en el sistema, que está segura de lo que dice, que respeta a los ciudadanos. No convocar trasmite exactamente el mensaje contrario, claro.
Yo me temo que en Baleares no vamos a ir a las urnas, arrastraremos la legislatura cuatro años más por el barro de la indignidad, y entenderemos que para la presidenta Vox aún merece que sus diputados ocupen los escaños, que ella debe negociar sus programas con estos impresentables, que no puede ir a las urnas porque no sabría qué decirnos y, en definitiva, que el miedo a perder el cargo también la tiene paralizada.
Yo diría que gobernar así será imposible. Pero tampoco nos engañemos: nadie tenía intenciones de gobernar.
De ahora en más, vamos a buscar todos los trucos posibles para que todos sigan en sus cargos, y basta. Las decisiones de gobierno, si alguien se acuerda de ello, se tomarán a partir de 2027. Nada nuevo: así estuvo la mayor parte de su mandato Antich, con el PSM y, sobre todo, Armengol con Podemos.