El Bar Molinar, conocido como 'Can Pep', es la última resistencia de esta emblemática barriada palmesana, que poco a poco está siendo colonizada por los turistas y extranjeros. Sin embargo, este establecimiento se resiste y atesora la auténtica esencia de esta zona de la capital balear. Ubicado en primera línea, numerosas personas de otras nacionalidades se han mostrado interesadas en comprar este bar de Palma. La respuesta siempre es la misma: «no está en venta»; ni tan siquiera están dispuestos a escuchar ofertas económicas.
Entrar en 'Can Pep' es como hacerlo en casa, en un auténtico hogar palmesano de una barriada marinera de hace décadas. Allí, todos se conocen, los clientes son como familia de los propietarios: comparten sus alegrías, sus penas, sus preocupaciones... Todo ello, en un marco incomparable: si se mira al exterior se ve el mar y en el interior un salón acogedor, cargado de historia y de recuerdos. Es como un oasis en medio de una zona que, poco a poco, va siendo conquistada por bares y restaurantes de un estilo más hipster, que nada tiene que ver con la idiosincrasia esta zona. Los clientes más antiguos aún recuerdan que era un bar de pescadores y en cada mesa había un gambero que hacía los anzuelos; muchos de ellos ya han fallecido, pero sus hijos y nietos siguen acudiendo cada día a la que consideran su casa.
Joana Mesquida es una parte imprescindible de esa historia, ya que toda su vida está marcada por este bar. Sus padres decidieron abrirlo en 1958, cuando vieron que le iban a expropiar el huerto que tenían cerca del aeropuerto, ya que estaba previsto ampliarlo. Inicialmente, José Mesquida y Petra Capllonch tenían planeado estar sólo unos años, pero terminaron dedicándole toda su vida. Lamentablemente, la de Petra fue muy corta, ya que falleció a los 10 años de abrir el negocio. José decidió continuar con la aventura, ayudado por sus hijas: Joana tenía 15 años y su hermana María, 8.
Los recuerdos de la infancia de Joana están impregnados por 'Can Pep'. La primera televisión que llegó a El Molinar fue la del bar. «Los vecinos venían con su cena y su servilleta a ver la tele; aquí se pedían la bebida. Cuando querían que viniesen los niños, mi padre ponía a todo volumen el grito de Tarzán y rápidamente acudían», expresa con emoción. La vida de esta adorable mujer, con una sonrisa permanente en su cara, siempre ha estado ligada a 'Can Pep', pero nunca pensó que fuese a dedicarla por completo a este bar. Ella es enfermera y tenía en mente ampliar sus estudios en Barcelona. Sin embargo, le dio mucha pena dejar a su padre y a su hermana y decidió quedarse. Con el tiempo, su implicación fue creciendo y también la de su marido; su padre los convenció para trabajar con él hasta que llegó un momento que lo hicieron en solitario. Pese a las dudas iniciales, hoy lo tiene muy claro: «No me arrepiento».
De cumplir su sueño con Dickens al Molinar
Sin lugar a dudas, 'Can Pep' tiene algo que engancha y una prueba de ello es lo que sucedió cuando llegó el momento de dar paso a la tercera generación. Tras una vida dedicada en cuerpo y alma, a Joana y a su marido Toni les llegó el momento de la merecida jubilación; muy a su pesar, todos daban por hecho que era el fin de 'Can Pep', ya que no había relevo generacional. Su ahijada Verónica Bonet tenía 30 años y estaba haciendo realidad el sueño por el que había luchado desde niña: trabajar en algo relacionado con Charles Dickens, su escritor favorito.
Licenciada en Pedagogía y una auténtica luchadora, Verónica estaba viviendo en Londres y trabajando en la casa-museo de Dickens. Sin embargo, la jubilación de sus padrinos le hizo darse cuenta que el sueño londinense -una ciudad que le apasiona- estaba bien por un tiempo, pero no para toda la vida. Entonces decidió tomar las riendas de 'Can Pep' y ponerse al frente del negocio familiar. Precisamente, su madrina y su abuelo fueron los que vieron peor esta decisión, ya que pensaban que Verónica «estaba muy bien formada como para ponerse a hacer cafés». Pese a esto, ella lo tuvo claro, hizo las maletas y volvió a El Molinar a embarcarse en un nuevo sueño, ahora para toda la vida. Así, el pasado 10 de enero hizo seis años que dio un giro inesperado a su vida, del que cada día está más convencida que fue totalmente acertado. «Es el único trabajo que me ha gustado al 100 %. 'Can Pep' es muy familiar, lo que más me gusta es el vínculo que se genera con los clientes», confiesa.
El camino no ha sido fácil, especialmente el primer año, cuando reconoce que «no sabía poner cafés ni hacer pedidos; si no hubiese sido por mi madrina que me enseñó...». La pandemia de la COVID-19 supuso un duro varapalo para Verónica; sólo hacía dos años que regentaba el bar y de repente se vio obligada a cerrar, sin saber cómo ni cuándo podría volver a abrir. Todo el proceso, hasta recuperar la normalidad fue muy duro, pero esta joven empresaria jamás se ha planteado dejar el negocio familiar. Ofertas económicas para hacerlo no le faltan, ya que cuenta con una ubicación privilegiada en la primera línea de una de las zonas más demandadas de la Isla. Sin embargo, ella lo tiene claro. «Jamás me he planteado venderlo, para dejarlo tendría que haber un motivo de salud; 'Can Pep' no tiene precio», asevera.
Al igual que para las dos generaciones que la han precedido, 'Can Pep' lo es todo para ella; le aporta tanto, que le permite seguir haciendo sus sueños realidad. De hecho, hasta ha puesto en marcha -con la inestimable colaboración de su madre- un club de lectura que se reúne una vez al mes. El amor de este joven por su bar es de tal magnitud que lo llama «mi bebé» y todas sus decisiones giran en torno a él: viajes, encuentros con amigos, etc. Aunque sólo tiene 36 años, está plenamente convencida de que se jubilará en el 'Bar Molinar', la última resistencia de esta barriada palmesana.