Educar, entrenar o adiestrar a un animal doméstico ha abierto un nuevo espectro laboral que cuenta cada vez con más aceptación entre los propietarios y más oferta. El perro es el más habitual de los focos de atención de esta labor que desarrolla en una amplia finca de Bunyola Joachim Sommer, un alemán arraigado en Mallorca que años atrás se encontró con un problema. «Tenía un perro agresivo con la gente y con otros animales... Y no encontraba a un adiestrador que lo solucionara. Por eso, hice un curso en Madrid, apliqué lo que aprendí y decidí dedicarme a ayudar a otros dueños que se encontraran en esta situación».
Una década de experiencia profesional en el adiestramiento le ha permitido trabajar con numerosos perfiles de canes, «algunos a los que les basta con apenas tres sesiones, otros con doce o quince... e incluso algunos que precisan de trabajo grupal», refiere Sommer, que se centra problemas de conducta, con perros de pastoreo y el adiestramiento en general. «La conducta es parecida a la de las personas, aunque la mayor diferencia es el método de comunicación, y sus reacciones son muy parecidas también», apunta este profesional que cuenta con una agenda cargada de clientes.
Una premisa que tiene clara Joachim es la de que el castigo hacia el animal «es contraproductivo con el aprendizaje, y con los perros cuesta más aplicarlo. Si son rabiosos o tímidos, están estresados, y pegándoles o castigándoles, se incrementa esa tensión y no ayuda», explica. Por ello, remarca la importancia del entrenamiento y «el trabajo con refuerzos o motivaciones positivas. Queremos que el perro piense cuál es la conducta apropiada en cada momento».
Si se logra el objetivo, se refuerza esa conducta, mientras que en caso contrario, «se busca una nueva estrategia, siempre teniendo muy claro que no vamos a castigar por evitar ese estrés», señala Sommer. Ese refuerzo negativo genera una «supresión de conducta» que puede llevar a engaño, pensando que el can puede haber aprendido la conducta pretendida, aunque a la vez nunca estar seguro de que pueda reaccionar de manera contraria.
Se ha encontrado a lo largo de su trayectoria con todo tipo de casos, «desde perros que muerden a personas, otros perros, caballos, ciclistas, bolsas de plástico, mangueras...», pero remarca la importancia de la implicación de los propietarios para poder conseguir la meta trazada. «Si enseñas una conducta, como sentarse o comportarse, debes enseñárselo también al dueño para que lo trabaje con el animal en casa. El propietario debe hacer lo mismo que yo para que el animal lo asimile e interiorice mejor», prosigue, señalando que «muchas veces, adiestrar al perro no es el problema, sino que lo que realmente cuesta es que el dueño aplique este trabajo una vez que sale por esa puerta».
Advierte que cada reacción del can se puede tratar de una manera. «Pueden ladrar por tener hambre, por la presencia de otro animal, por dolor, para llamar la atención... La gente se fija en el síntoma y no en la raíz del problema». Y ahí es donde se debe incidir. «Cada perro requiere de una estrategia que buscamos en función de sus comportamientos y reacciones. Se analiza cada situación y tras ello se fija una línea de actuación para resolver el problema concreto», apuntando que el tamaño del animal puede ser un factor a tener en cuenta en reacciones extremas, positivas o no. «Importa en cuanto a agresiones o por alegría, porque puede querer jugar y caerte encima un perro de 60 kilos...», espeta.
Los lenguajes oral y gesticular suponen dos armas con las que gestionar la problemática. «Puede parece un hándicap, pero el perro puede asociar un ruido o una palabra y un gesto a una orden», completando el proceso con elementos como un circuito de actividades que permite «trabajar la confianza del animal y sus dueños, además de la coordinación de movimientos, la confianza...».
Un caso especial es el de los perros dedicados al pastoreo, una labor singular en la que «en primer lugar se trabaja la obediencia, para más adelante hacerlo con ganado, siendo el perro el que comunica a los demás animales».
Define Joachim Sommer su labor, más allá de adiestrar, como la de «crear un vínculo, que los propietarios participen en los procesos, pues al final van a ser ellos los que estén cada día junto al perro». Y apunta dos factores que determinarán en buena medida el éxito o no de su trabajo: «el perro y su carácter, por un lado, y la paciencia y las ganas del dueño».