Corría el año 1992 cuando el Parc de la Mar se llenó de personas acampadas para pedir a las administraciones crear un fondo de cooperación para ayudar a erradicar la pobreza en el mundo. La campaña fue impulsada por la asociación Justícia i Pau de Mallorca, encabezada desde Catalunya por el economista –fallecido– Arcadi Oliveres. Con estas protestas, pedían que se destinara, exactamente, el 0,7 % del presupuesto público a este fin.
Hasta entonces, eran las oenegés, a partir de dinero de los particulares, y las misiones de la Diócesis las que llevaban a cabo proyectos solidarios en los países que más lo necesitaban. En 1993 se creó el Fons Mallorquí de Solidaritat i Cooperación con el apoyo de Justícia i Pau, once ayuntamientos de la Isla y el Consell, con la presidencia de Joan Verger. La idea era que sirviera como una bolsa económica para distribuir el dinero público a las ONG mallorquinas.
El Fons Mallorquí tiene presencia en 15 países con más de 30 proyectos. Actualmente, el conjunto de socios que forman parte son el Govern, el Consell, 52 municipios –Binissalem es el único municipio que no participa–, las mancomunidades del Pla y es Raiger y la UIB. Sin embargo, ninguna administración, a excepción del Ajuntament de Puigpunyent y la institución insular, ha llegado nunca a destinar, al menos, el 0,7 % de su financiación.
Un antes y un después
En 1999, hubo un cambio importante. «Se creó, por primera vez, la Direcció General de Cooperació. Hasta ese momento, no había ninguna representación gubernamental, a excepción del Fons», informa la gerente del Fons, Antònia Rosselló. Fue un antes y un después.
Si hablamos de cooperación, hablamos de «justicia social». Así lo defiende Antònia Rosselló, porque recuerda que «para que una población esté bien, como la de Balears, hay otros que lo pasan mal. Hay que recordar que las rutas migratorios o los desplazamientos forzosos se hacen para conseguir una vida digna». En 30 años, el Fons ha llegado a países de América Central y del Sud, del Sahel y en Asia –la India–. Pero también está presente en el Mediterráneo, en territorios como el Magreb, sobre todo en los últimos años.
De hecho, en 1999 hubo un punto de inflexión en la manera de hacer cooperación: «Fue el momento en que la cooperación dejó de ser asistencial para convertirse a un trabajo entre iguales con los ayuntamientos de los países donde teníamos presencia. Los técnicos empezaron a enseñar a concejales cómo transformar sus territorios», menciona Rosselló.
Con los años, los retos también cambiaron. El año 2015 marcó otro episodio importante para la ayuda en la Isla de Quíos (Grecia), con la crisis de los refugiados. Desde entonces, son muchas las actuaciones de emergencia que realizan y, desde hace cuatro años, práctiamente el 90 % del fondo de ayuda humanitaria -este fondo recibe el 10% del presupuesto total- se gasta año tras años. Una situación que preocupa debido al alto índice de sucesos que ocurren en el mundo, el más reciente el de Palestina, pero también lo fueron los terremotos en Turquía, en agosto, y en Marruecos, en el mes de septiembre.