Sánchez ha elegido con precisión de cirujano. Nadie mejor que Armengol para presidir esta legislatura tan convulsa. Asumiendo el legado de varias generaciones de sus antepasados que creyeron en el federalismo, el republicanismo y amor a la lengua catalana, Francina ya es un resorte clave hacia la España plurinacional.
Como presidenta balear ha desarrollado un estilo inconfundible de busca del diálogo. Mientras con una mano impulsaba el entendimiento con empresarios y sindicatos, con la otra promovía iniciativas clave en la recuperación de la memoria democrática y defendía el feminismo. Cuando le llegó el momento de lidiar con la pandemia fue capaz de arrancar de Madrid 900 millones de una tajada para ayudar al tejido productivo. En un Congreso de los Diputados tan fragmentado como el actual, Sánchez necesitará este risueño guante de seda para capear temporales con los partidos catalanes y vascos. Ya se ofreció hace tiempo para negociar con Carles Puigdemont.
Francina es un refinado producto de cuarta generación del progresismo ilustrado mallorquín. Su familia procede de los antiguos amos de la possesió de Tofla, que mandaron a sus hijos a estudiar a la Península. Entre sus antepasados se encuentran un tío abuelo que fue máximo grado de la masonería en Barcelona, amigo de Lluís Companys y que conoció el exilio en París. O su otro tío abuelo, el coronel Armengol, leal a la República. Y es hija del farmacéutico y escritor Jaume Armengol. Fue una niña bien, alumna de La Pureza que destacaba en matemáticas. Pero pronto empezó a mostrar su carácter. Es la segunda de tres hermanas. Y estar en medio fuerza a imponerse.
Mientras, por influencia de su padre, sacaba su sensibilidad a flor de piel leyendo a poetas catalanes, también desarrolló la vena de Sa Pobla, heredada de su madre, Dora Socías. De ahí le viene su pasión por la cocina picante y potente. Lo demostró en las primarias del PSIB de 1998 cuando Inca fue clave para imponer a Francesc Antich como candidato a la presidencia del Govern, y volvió a hacerlo en 2014, cuando salió ella elegida. Aquellas dos elecciones internas cambiaron el curso de la historia de Baleares.
Ahora le aguardan durísimos embates en el Congreso, con un PP derechizado hasta la cresta y con Vox amenazando con tribunales cada vez que un diputado hable en catalán o en euskera. Puede ser la legislatura de la rabia. Armengol lo tendrá infinitamente más difícil que Félix Pons, que llegó al cargo protegido por la mayoría absoluta felipista. Ahora el poderío mediático madrileño anda encabritado contra las lenguas de la periferia.
Pero en materia de candidatos a Moncloa, sólo ella tiene la potestad constitucional de ratificar la decisión del Rey. En la práctica, ella hará candidato a Sánchez, no Zarzuela. Y puestos a ser fieles a la memoria, conviene tener presente que la Carrera de San Jerónimo, donde está el Congreso, no se ha llamado siempre así. Entre 1936 y 1939 se denominó Carrera de Antonio Coll. Estuvo dedicada a un sargento de infantería de marina mallorquín, hijo de una panadería de Portocolom y militante de las juventudes de Esquerra Republicana.
En noviembre de 1936, Franco atacó Madrid con los tanques y aviones que le habían mandado Hitler y Mussolini. Antoni Coll destruyó con bombas de mano cuatro tanques franquistas. Y allí murió. Un poeta anónimo le dedicó estos versos:
Aunque te lloren mujeres/ Estás vivo, no has muerto/ Tu nunca podrás morir / Antonio Coll, marinero/ Que el mar por Madrid dejaste /Viva el marinero del pueblo.
Ahora, con Francina Armengol como presidenta del Congreso de los Diputados, el mar y la periferia han vuelto a la Carrera de San Jerónimo para afrontar el embate de una derecha radicalizada.