Raquel Romero (Palma, 1998) sacó la nota más alta de la primera promoción de médicos de la facultad de Medicina de la UIB y quedó la 47 de los 12.668 aspirantes a nivel estatal para una plaza MIR. El puesto le garantiza la elección en la especialidad que más desee pero, curiosamente, no lo tiene claro. Entre sus opciones baraja dermatología, anestesia y hematología y, en caso de quedarse en Balears, lo haría en Son Espases. A su favor no sólo juega la nota; con la actual falta de profesionales, cualquier elección en el sistema público es bienvenida.
Romero empezará este año el MIR aunque en este colectivo no todo son celebraciones, «como residentes tenemos un contrato de formación, estamos ahí para aprender, pero tal y como están las cosas ahora somos una parte fundamental, sin nosotros hay trabajos que no se harían. Esto no debería ser así porque al final estamos aprendiendo», critica. «Además tras siete años estudiando, el residente de primero sin guardias cobra unos 1.100 euros», añade.
Es reivindicativa, una cualidad que quizás haya heredado de su padre (el secretario general de UGT de Balears, Miguel Ángel Romero) o también porque «en el instituto no te enteras mucho de estas cosas pero cuando entras en la carrera y conoces las condiciones laborales te desmoralizan un poco, la verdad». Raquel Romero defiende que el sueldo está bien pero pone el acento en que «la gente no es consciente de lo que es trabajar 24 horas seguidas atendiendo a personas».
Al preguntarle por la fuga de sanitarios, «creo que la mayoría tenemos la perspectiva de trabajar en la sanidad pública, y tras unos años complementarlo con la privada pero también he oído a gente que quiere irse fuera. En Alemania cobran tres veces más», responde. Para Romero la solución es clara «si las condiciones laborales fueran mejores no se irían. Al menos habría que igualarlas». Al fin y al cabo, asegura, la mayoría no se va a otro país por gusto. Los problemas en medicina se agravan cuando se trata de la especialidad de Familia donde «si cambiaran las condiciones la elegirían más», cree. «Al final esto es muy vocacional pero no deja de ser una trabajo», advierte. Además de la especialidad por la que va a optar, Romero tiene en el horizonte la investigación o la docencia, «creo que todo se puede compaginar aunque sea complicado».
Sobre la prueba MIR de tipo test con la que ha ganado prioridad en su elección, «lo peor han sido los siete meses de estudio sin parar», asegura. «Es parecido a unas oposiciones pero no accedemos a una plaza pública para toda la vida sino a unos años de formación, luego no sabemos qué va a pasar», concluye.
El apunte
«La elección de plaza tendría que hacerse en directo»
Antes de la COVID, los examinados de MIR acudían al Ministerio de Sanidad para elegir su especialidad, en función de las que iban dejando libres los primeros. Desde la pandemia este proceso se dejó de hacer en directo. «Cuando sacaron la propuesta querían hacer la asignación de todas las plazas de golpe, de forma que si eras el 2.000 tenías que priorizar 2.000 opciones si no te querías quedar sin». Desde el año pasado se hace en tandas de 400 electores al día, el problema es el mismo pero se acota. «Reclamamos que se pueda hacer una elección en directo, aunque siga siendo telemática, habría que invertir en los medios».