Julián Delgado nació en plena Guerra Civil, la misma que en Memoria de retaguardia (Adarve, 2022) usa como telón de fondo para hacer reflexionar al lector sobre el peligro del odio y la polarización de la sociedad. El militar y policía nacional retirado, y colaborador de este diario, presentó ayer en la Fundació Sa Nostra de Palma su noveno libro no técnico.
¿Por qué esta novela?
—Lo he escrito para dar un toque de atención y volver al espíritu de la Transición, ahora que hay tanta polarización. Las circunstancias son otras, pero el peligro es el mismo. Los odios son tan grandes que puede haber otro estallido, aunque no veo posible una guerra civil en España. Vivimos en un mundo incierto y volátil, decidido por el azar, y de ahí puede salir cualquier cosa. De hecho, EEUU, nuestro valedor en el mundo occidental, está en tela de juicio.
Que el protagonista, Jaime Llobera, sea un espía de la República, ¿le permite explicar mejor la complejidad de aquellos años?
—Claro, porque se queda desamparado tras el golpe de Estado de 1936. Estos agentes pudieron sobrevivir porque no figuraban en ningún regimiento ni unidad, pero se quedaron descolgados porque el ejército republicano prácticamente desapareció en Catalunya. Llobera defiende una república burguesa, como las que había en Europa.
También llega a ser muy amigo de un confidente anarquista, Matías. Su relación es una clara declaración a favor del entendimiento entre diferentes.
—El pobre Matías tuvo un padre borracho que les pegaba a él y a su madre. En el fondo es bueno, pero al nacer en ese ambiente todo es desfavorable y tiene que sobrevivir. Viven en la miseria y, por fuerza, tenía que ser rebelde. Llobera viene de la burguesía y, poco a poco, van aceptándose, aunque vienen de sectores antagónicos. Ambos se van moderando. Las personas, en circunstancias muy especiales, como una guerra, pueden influirse para llegar a converger y mejorar.
El coronel Társilo Oñate, republicano, cuestiona en diversas ocasiones el concepto de patria. ¿Es otro aviso para el presente?
—Él está decepcionado de los patriotas, que solo la defienden para otros menesteres, y adopta la línea de la tercera vía: ni con los sublevados, que considera fascistas, ni con la izquierda. Pero se marcha al ver que esta vía no tiene porvenir.
Incluso llega a defender que solo se puede tener fe en la justicia y la ley para crear un «Estado sano». ¿Comparte sus ideas?
—Tuve el carnet del PSOE, pero con Zapatero lo rompí. Estoy en la línea liberal, en el terreno de la democracia cristiana, aunque no soy creyente. Soy cristiano cultural no practicante.
¿Cómo se ha documentado?
—Escribir una novela histórica es una ruina porque tienes que conocer muy bien aquel periodo. He leído muchísimos libros de ese momento, aunque internet ayuda. Sobre Lluís Companys no me he inventado nada, no puedo desfigurarlo. No soy historiador, cuento la historia escrita por otros de manera novelada.
Pero en sus descripciones es de los que peor malparado sale.
—Él no era nacionalista y mucho menos separatista, pero las circunstancias le obligaron y se comportó como lo que le pedían los demás. Como no podía gobernar, porque el poder era de los anarquistas, no tendría que haber colaborado con las barbaridades que se hicieron. Eso sí, murió con dignidad, con valentía, no se acobardó. Por ir a ver a su familia le cogió la Gestapo y fue fusilado.
¿Qué busca con la novela?
—Es una réplica a la manipulación que ha hecho la izquierda con la memoria histórica, imponiendo una versión de los que perdieron. Han idealizado la República, cuando fue un desastre. En los dos bandos hubo barbaridades extremas.
Historiadores como Julián Casanova nunca han escondido los crímenes en el bando republicano.
—Me refiero a la línea política. En el libro el franquismo sale criticado, hay un equilibrio. El protagonista es republicano, pero no defiende el separatismo, el comunismo o el anarquismo.