Baleares sigue tan lejos de la desestacionalización turística como hace 20 años. O más incluso, si se tiene en cuenta que la brecha entre el número de llegadas de turistas extranjeros en temporadas alta y baja se ha ensanchado. Las Islas recibían entonces prácticamente el mismo número de visitantes internacionales en temporada baja que a día de hoy, e incluso unas decenas de miles más. Es decir, que el importante incremento de turistas experimentado en este tiempo se ha concentrado en los meses centrales del año; la actividad no ha crecido en invierno y los números siguen estancados.
Este proceso de crecimiento asimétrico se ha traducido en un contraste todavía más radical entre las dos caras de la economía estacional balear: la saturación veraniega y el páramo invernal. Según la estadística de movimientos turísticos en frontera (FRONTUR), el número de turistas extranjeros llegados de noviembre a marzo hace 20 años es prácticamente el mismo que en los últimos años prepandémicos, 2018 y 2019, que registraron unas cifras globales muy similares a las que acabará teniendo 2022.
Las cifras
Así, los visitantes internacionales en la temporada baja de 2002 fueron 1,050 millones, casi un 5% más (51.340) que los contabilizados en 2019 (999.646). En 2018 la diferencia fue menor aunque con un saldo igualmente negativo respecto a 2002: casi 2.600 llegadas menos en temporada baja. Paralelamente, el crecimiento en los meses de temporada media y alta –del 1 de abril al 31 de octubre– ha alcanzado el 54 %. En 2002 llegaron 8,2 millones de turistas extranjeros por los 12,7 millones de 2019. Es decir, 4,5 millones más de visitas.
Por lo que respecta a 2022, los 14,3 millones de turistas recibidos de enero a septiembre (11,5 millones extranjeros) están muy cerca de los 14,5 millones (12,1 millones extranjeros) de ese mismo periodo en 2019, año que se cerró con 16,4 millones de visitas en total. Es muy probable que la prolongación de las semanas de buen tiempo se acabe traduciendo en un número de llegadas superior a la época prepandémica en lo que a estos dos últimos meses se refiere.
No obstante, los problemas de estacionalización de la actividad siguen ahí y de momento no hay visos de que eso vaya a cambiar a excepción, claro, de la aportación al alargamiento de temporada que está teniendo el cambio climático. Y eso que la articulación de estrategias para lograr un reparto más equilibrado de las llegadas ha tenido presencia constante en el discurso de la Administración desde entonces.
En pleno debate por la promoción turística –un tira y afloja entre PSIB y Més endurecido en la última semana a cuento de la World Travel Market–, los socialistas han defendido la inversión y presencia institucionales en las ferias turísticas precisamente con el fin de captar más visitas para la temporada baja y repartir de modo más sostenible y equitativo las llegadas anuales.
El apunte
Arrancar en febrero, objetivo para 2023
Entre otras cosas, la World Travel Market sirvió al Govern para lanzar un mensaje de moderado optimismo en torno a las posibilidades de Mallorca de arrancar la próxima temporada en febrero (el mes de marzo para el resto de islas). El conseller Iago Negueruela confía en unos indicadores que de confirmarse permitirían aproximarse a ese modelo casi desestacionalizado por completo que sería la temporada de diez meses. No obstante, los obstáculos –empezando por la inflación y la guerra y siguiendo por el escepticismo hotelero– van a atestar ese camino de aquí a entonces.