La caridad ha acompañado a José Vicente Clemente (Viladecans, 1958) durante su vida. Gran parte de ella la pasó como profesor, pero una experiencia reciente con Dios le abrió el camino para convertirse en hermano de los Capuchinos (rama de los franciscanos). Tras finalizar su formación en el convento de Arenys de Mar(Barcelona), le destinaron a Palma, donde lleva poco más de dos años. Es el responsable del Pa de Sant Antoni, o pan de los pobres, donde cada día dos centenares de personas acuden para pedir comida. Se reparte cada día, los 365 días del año, y se entrega una bolsa con un bocadillo, bebida y un postre. Aparte, gracias a las donaciones de entidades como Banc d'Aliments y El Corte Inglés, se les da complementos, como arroz, legumbres o verduras. Sin embargo, Clemente insiste en que «dar comida no soluciona la pobreza. La solución definitiva pertenece a otros ámbitos –institucionales–». Las previsiones para el invierno serán duras debido a la inflación. Sin embargo, aunque la cola del hambre ha mantenido el mismo número de personas, en los últimos años el perfil, sin embargo, «ha cambiado».
Se pudo ver en verano que el Convent Frares Caputxins de Palma amanecía cada día con colas de gente.
—Es un número constante. Desde que estoy aquí, recibimos al día unas 200 personas, a veces menos y difícilmente superamos ese número. La última vez que se recuerda que hubo mucha demanda fue en la crisis del 2008. Las colas eran superiores a 300 personas y fue un momento especial para nosotros. Lo que sí ha variado estos años, más que la cantidad es la composición de la cola, la sociología. O esa es mi apreciación.
Entonces, ¿qué es lo que ha cambiado en la cola del hambre?
—Ha disminuido el número de pobres cronificados, es decir los ‘sintecho', adictos o con algún tipo de inadaptación en el sistema;y por lo tanto ha aumentado el tipo de familia convencional pobre. Es decir, gente que trabaja o tiene alguna entrada económica o ingresos modestos pero que no llegan a final de mes. La inflación que padecemos se está dejando sentir porque ahora este tipo de nuevos perfiles (familia pobre)tiene que pensar entre pagar la luz y facturas o comer. Este problema va en aumento y cada vez aparece más en la cola del hambre.
¿Y el tipo de perfil ha variado también?
—En cuanto a las variantes culturales, la mayoría son latinos y magrebíes.También observamos mucha cantidad de mallorquines, sobre todo pensionistas, que vendrían a representar el llamado «trabajador pobre» (con algún ingreso pero que no llega a final de mes). Yo reparto comida los domingos y veo que la inmensa mayoría son mujeres, algunas acompañadas de sus niños. El Convent también tiene un rincón para los menores. Podríamos decir que la demanda de comida para la infancia ha aumentado, porque detrás de la pobreza hay niños. Los poderes públicos sí que deberían movilizarse para salvaguardar sus derechos. Es decir, si los padres son pobres eso no les debería privar de una buena educación y buena alimentación. El menor ha de tener derecho a la igualdad de oportunidades. Y en cuanto a las edades, se mantiene el perfil de personas de enre 30 y 40 años.
¿El factor guerra y la inflación ha afectado al número de donaciones que recibís?
—Al contrario. Debido a la guerra hemos podido ver la ternura del pueblo balear. Fue admirable observar cómo se hacían campañas de recogida de alimentos para Ucrania. Pudimos ver un pueblo solidario. En momentos de crisis, como esta, nunca fallan las donaciones. La gente da más y es por ello que esta sociedad me tiene admirado.
Es decir, que parte de las donaciones que recibís viene de particulares.
—Cada día hacemos recogida de comida por bares y restaurantes, es algo constante que nos donen. En Palma, los vecinos tienen una dimensión caritativa muy fuerte. Hay mucha gente que piensa en los demás antes que en sí mismo. Las donaciones de los particulares tienen una gran presencia. Vienen y dejan bolsas con comida.. Aparte, los lunes recogemos alimentos en el Banc d'Aliments y los sábados, en El Corte Inglés. Alguien dijo que la solidaridad es la ternura de los pueblos y la caridad, la ternura de las personas.
¿Por qué escondemos la pobreza?
—Porque hay aporofobia. La pobreza es fea y se intenta siempre tapar o excluir. Pero hay que saber que detrás de cada personas hay una historia. Está claro que para una persona trabajadora verse en la cola de la beneficencia es terrible.Hay distintos perfiles que nos llegan, los que aceptan la ayuda de forma muy agradecida, y así te lo verbalizan, o las personas que la ayuda les hiere y te dan las gracias casi como un insulto.
¿Qué papel tienen los voluntarios que reparten la comida?
—El equipo de voluntarios es excelente, y son los mismos de siempre. Son un total de 30 personas, todas jubiladas, y es gracias a ellas que podemos repartir comida todos los días del año. Su papel es admirable.
¿Cómo afrontan la temporada de invierno, ahora que la inflación ha empeorado la situación económica de los ciudadanos?
—Cada vez nos tocan a la puerta personas que no pueden pagar la luz. Ahora la pobreza es energética y se está convirtiendo en una especie de eufemismo, así que deberíamos hablar ya de miseria energética. Hay que tener en cuenta que existe una dificultad real para pagar recibos no solo de la electricidad, también del agua. Yesa dificultad va en aumento. Por eso notamos que nos llegan más perfiles así, que demandan ayuda para pagar los costes de luz y agua del hogar. Nosotros siempre intentamos satisfacer en lo que se pueda. Así que el invierno lo afrontamos con mucha expectación.