Cada 22 de octubre se celebra el Día Internacional de la Tartamudez, una fecha cuyo objetivo es el de sensibilizar a la población sobre este trastorno en la fluidez del habla y recordar que existe. Para entender mejor por qué se produce la disfluencia que provoca la dificultad para expresarse, hablamos con la logopeda y pedagoga Marina Llobera. La también llamada disfemia se detecta principalmente en edades tempranas, cuando en ocasiones, «pese a que los niños son felices», el trastorno en la fluidez del habla «a quien preocupa es a sus padres».
Lo primero que hay que comprender es que la persona que tartamudea tiene un mecanismo distinto a la hora de hablar. La cadena de movimientos cuando pronuncian las palabras es distinta, pero no existe una única causa que provoque la tartamudez. La experta en este ámbito explica que hay cinco factores que la causan: «el lingüístico, el ambiental, el psicológico, el genético y el neurofisiológico».
La tartamudez se suele detectar en los primeros años de vida. De los 2 años y medio a los 6 es la etapa más común para percibirlo, porque hay una explosión lingüística cuando los niños empiezan a hablar. «En estos casos es un pediatra quien toma la decisión sobre el diagnóstico», comenta Llobera. También, aunque no es lo habitual, puede aparecer en niños de 10 a 12 años. En estos casos, la logopeda y pedagoga explica que «recomendamos siempre remitirlo al neurólogo porque puede tener otra causa y es importante tener en cuenta si tiene antecedentes genéticos en la familia».
Para ayudar a personas con trastorno en la fluidez del habla existen una multitud de tratamientos, aunque no se puede trabajar con los provocados por causas genéticas o neurofisiológicas. En las edades más tempranas hay una intervención directa con los padres. «Hoy en día hacemos una descripción de las diferencias atípicas que estamos recogiendo en ese momento con ese paciente y luego vamos trabajando también en función de sus exigencias», explica Llobera. La tartamudez no se elimina «es una característica que tiene esa persona en el habla, aunque lo que sí que se puede conseguir es que mejore». Lo más importante en estas situaciones es intervenir cuanto antes e informar. La logopeda asegura que de esta forma «hay muchísimas más posibilidades de que no se instaure este trastorno de fluidez y si se instaura sea de una manera distinta, mucho mas flexible que si no se ha trabajado nada».
La tartamudez puede suponer un condicionante a la hora de mantener relaciones sociales con otras personas si no ha habido un buen trabajo previo sobre seguridad y aceptación. Esto sucede en todos los ámbitos y, «en estos casos evitan pronunciar según que palabras», aunque también es habitual en los centros educativos, «donde piden no hacer exámenes orales o leer en voz alta», señala la logopeda y pedagoga.
Sin embargo, también hay personas con disfluencia que no quieren recibir tratamiento porque no consideran que suponga un problema. La logopeda afirma que si una persona se encuentra con el espacio adecuado para expresarse no hay porque intervenir y pide que nadie acuda a un especialista forzado. «Hay niños que son felices con su habla, pero a quien preocupa es a sus padres o al profesor porque le inquieta cada vez que le escucha», explica. Para evitar que una persona con trastorno de fluidez se pueda sentir incómoda hay que respetar su tipo de habla, no hay que instarle a que acabe rápido, ni tampoco terminarle las palabras. Marina Llobera recuerda que «vivimos en un mundo muy controvertido y muy acelerado y esto no ayuda».