Juan González de Chaves (Palma, 1950) es un reconocido arquitecto, especialista en patrimonio. Acumula una dilatada trayectoria de trabajos, estudios, publicaciones y premios. Entre otras muchas, es el responsable de intervenciones en torres de defensa, el Castell de Capdepera o el Castell de Sant Carles. Hace unos días, pronunció la lección inaugural del Màster en Patrimoni Cultural: Investigació i Gestió, de la UIB, titulada Criterios de intervención en el patrimonio arquitectónico.
¿Qué debe tener en cuenta la restauración arquitectónica?
— No es lo mismo que restaurar una escultura. Por ejemplo, con el Crist de la Sang, destrozado en 2002, se buscó una restauración aparentemente fiel al original y eso fue aplaudido por todo el mundo. La arquitectura es distinta. Reutiliza obras anteriores a través de los siglos. Un ejemplo claro es la mezquita-catedral de Córdoba, con un diálogo único e interesantísimo entre la arquitectura musulmana y la decoración plateresca.
¿Quiere decir que, a diferencia de la escultura, en la restauración arquitectónica no se busca tanto la fidelidad al original?
— Es en el siglo XIX cuando se inicia una especial sensibilidad social por la conservación arquitectónica y de ahí surgen dos tendencias: la de John Ruskin, para quien no hay que restaurar, pues el destino de lo antiguo es su degradación; y la de Eugène Viollet-le-Duc, quien dice que en la restauración hay que intervenir no para conseguir lo que ese edificio era, sino para lograr lo que debería haber sido, por lo que el arquitecto responsable hace su propia aportación. Es Viollet-le-Duc quien influye en toda la restauración arquitectónica del siglo XIX y parte del XX.
En esa época, Peyronnet intervino en la fachada principal de la Seu de Mallorca tras el terremoto de 1851.
— La Seu es la catedral antigua más restaurada de España. Peyronnet se inventó una fachada neogótica. No hizo de restaurador, sino que aportó su idea. Reconstruyó la fachada como pensaba que debería haber sido, no como era antes del terremoto. En ese sentido, pensaba que los arquitectos o maestros de obra medievales no eran lo suficientemente buenos. Eso le valió críticas, entre ellas una muy dura de Josep Maria Quadrado.
Uno piensa que, en estos casos, hagas lo que hagas te van a criticar.
— Tras las dos tendencias apuntadas, nos encontramos con Camilo Boito, que está entre ambas y aporta el ideario de la restauración moderna, con una especificidad: las intervenciones deben quedar diferenciadas. El espectador debe saber qué es lo que se ha restaurado, dónde se ha intervenido. Boito también propone intervenciones reversibles, que no sean definitivas.
El incendio de Notre Dame de París es muy reciente. ¿Qué se va a hacer?
— Hay un intenso debate. En Notre Dame se quemó precisamente la intervención de Viollet-le-Duc en el siglo XIX: el techo del crucero y la aguja ¿Hacemos otra cosa o restauramos lo que hizo Viollet-le-Duc tal cual? Creo que el debate lo ganará esta segunda opción, pues la mayoría demanda la reproducción de la imagen que conoce. Eso sí, tendrá que ser con materiales modernos, como fibra de vidrio y acero. Era todo de madera.
Las intervenciones de la arquitectura moderna en el patrimonio no siempre son aplaudidas.
— La arquitectura moderna le da la espalda al historicismo. Elude incluso estudiarlo. Noto a faltar la implicación de los colegios profesionales. Falta formación en conocimientos de Historia del Arte, oficios, artesanías y modos de actuar.
La restauración de Raixa, a cargo de la Administración, ha sido muy criticada.
— Es una restauración muy discutible. La Administración hace lo que le da la gana y luego es muy exigente con los demás. La restauración del Casal Balaguer o la de las dependencias municipales del Carrer Almudaina, en Palma, son también discutibles. La Administración es poco rigurosa consigo misma.
¿Qué retos tiene en Mallorca la restauración arquitectónica?
— Las Torres del Temple, el Castell d'Alaró, las torres costeras de defensa... Por ejemplo, la degradación de la torre de cala Figuera, en Calvià, da mucha pena. La cuestión es que, para estas cuestiones, en los países anglosajones funcionan muy bien las asociaciones privadas, que buscan recursos y muestran interés y sensibilidad. En España, al contrario, todo se deja en manos de la Administración, cuyos criterios no están claros y son muy diferentes si son para un particular.
Estamos hablando de edificios con siglos de antigüedad. Más allá de una restauración más o menos fiel a un estilo artístico, si por ejemplo en la Seu aparece una grieta de lado a lado, un daño estructural, ¿qué hay que hacer?
— Hay que aplicar soluciones constructivas con técnicas modernas para estabilizar la estructura. La técnica moderna puede implicar un cambio de la estética. Por ejemplo, si los dos muros laterales de la Seu se desplazasen, una solución sería la instalación de unos tirantes metálicos entre ambos que quedarían a la vista. La sociedad debería aceptar que esa solución poco estética es necesaria. También se podría instalar un anillo de hormigón en todo su contorno, que en este caso quedaría oculto.
¿Qué es lo que más sufre en una edificio antiguo?
— Las cubiertas, que en general son estructuras de madera o bóvedas. Están más expuestas a los elementos meteorológicos. La fatiga de los materiales se acusa especialmente en las cubiertas.
¿Qué intervención se podría hacer en la Seu?
— Podría incrementar su luz de manera considerable abriendo sus ventanales ciegos. La Seu consigue un difícil equilibrio entre la delgadez y esbeltez de sus columnas y la altura a la que llegan, con una nave central de 18 metros de anchura. Para su construcción y diseño, se recurrió a soluciones extremas.