Hace muchos años, cuando empecé a escribir críticas en esta página, fui a un restaurante especializado en carnes rojas. Comimos unas croquetas que estaban perfectamente fritas, con un exterior crujiente y sin rasgos de aceite residual. A esas croquetas les hubiera dado un 10 si no fuera por un pequeño detalle: eran croquetas de pollo, pero no sabían nada a pollo. La crítica salió en un domingo y el día siguiente el propietario, la encargada y el jefe de cocina se sentaron juntos con una ración de sus croquetas de pollo en la mesa. Luego me enteré que después de probarlas, los tres estaban de acuerdo: esas croquetas no tuvieron el más mínimo sabor a pollo. El jefe de cocina se fue recto a la cocina para cambiar la receta y poner el sabor a ave en primera fila.
Unas semanas más tarde era el cumple de mi hijo e invitó a la familia a comer un cochinillo asado en este restaurante, con unas croquetas de pollo entre los platos para picar. No hice una crítica de aquella comida, pero si la hubiera hecho, a esas croquetas perfectas les hubiera dado un 10. Me imagino que algo parecido ocurrió en el hotel Palma Blanc en la calle Ramón y Cajal después de mi visita al final de julio cuando comí unas patatas fritas. Escribí: «Las patatas fritas fueron un fracaso ya que estaban hechas con una variedad que no sirve para freír y fueron algo duras».
Volví a Palma Blanc para probar el menú del día a 20 euros servido de lunes a viernes e iba con ganas de pedir unas patatas fritas para ver si habían cambiado de variedad. Cuando llegó una ración de patatas fritas a la mesa, una simple mirada bastaba para ver que serían muy buenas. Pero fueron perfectísimas. Tenía la impresión de que recibieron una triple cocción: las patatas ya cortadas están hervidas durante tres a diez minutos, luego fritas a 170º C hasta que flotan en la superficie del aceite, y finalmente están fritas a 200º C antes de servirlas. Las de Palma Blanc salieron con un punto crujiente en el exterior y deliciosamente blandas en el interior. Les otorgaba un 10 y una medalla de oro para cada patata frita en una ración de 5 euros. No es difícil hacer patatas fritas perfectas. Simplemente se necesita una variedad para freír y un cocinero que sea consciente de su deber.
Menú bien diseñado
El menú de 20 euros estaba bien diseñado para una día caluroso de verano. Una crema fría de zanahoria sabía a naranja, jengibre y la hierba limoncillo, con una textura memorable. Una tagliatelle salteada en una salsa de cebolla caramelizada, bacon y tres gambas peladas, era ligera y sabrosa. Un lomo grueso de pez de San Pedro estaba aderezado con una vinagreta a la mallorquina: gajos de patata con su piel, acelgas, piñones y uvas pasas. Pollo troceado, salteado con curry y servido con cous-cous bien condimentado con las especias cálidas de Asia, fue otro plato veraniego. Los postres fueron especiales para una ola de calor: tres bolas de helado de fresa (también hay de chocolate y vainilla) o un mousse de yoghurt con mermelada de albaricoque y una tableta de chocolate blanco.
Veinte euros es algo caro para un menú del día, pero la relación calidad precio es bien alta y vale la pena. Y luego hay esas patatas fritas que están entre las mejores de la Isla.